Nada más detestable que un plato de comida fría cuando ésta debe disfrutarse calientita para que sepa bien. Y eso fue justamente lo que me sucedió en mi primer encuentro con la tradicional barbacoa de cordero al estilo del Estado de México, pues a mis escasos 8 añitos, recuerdo como si fuera apenas ayer cómo mi madre me sirvió el plato de aquella carne fría y sebosa y se me quedó viendo con esa mirada detonadora de fuegos artificiales a distancia que tiene en ocasiones toda progenitora para sus retoños. Los siguientes 20 años, la historia se cuenta sola. No quería yo saber nada del tan popular plato de barbacoa de borrego.
Crecí y comencé a darle nuevamente la oportunidad a comidas que no tenían cabida. Pensé que probablemente esta primera impresión que había tenido del platillo podría haber cambiado. Y así fue. De hecho, ahora me fascina. Platillo de fiesta en los pueblos de mi país que en cada región la hacen a su modo para bodas, Pascuas y hasta reuniones familiares. Yo, recorro más de 200 kilómetros para conseguir la que prepara cuidadosamente la chef Cristina Martínez del restaurante South Philly Barbacoa en la ciudad de Filadelfia.
Por eso, cuando anunció que vendría a la ciudad de Washington y traería órdenes a la venta, ni lenta ni perezosa me apunté esperando verme agasajada. Corrí con suerte, pues recibí el mensaje de texto la noche previa que confirmaba mi pedido. Ahora, sólo era cuestión de llegar puntual a la cita a las 11:00 AM en la dirección anunciada.
Me levanté temprano, pues tenía cita en el dentista. ¿En qué momento pensé que ir a que me arreglaran la boca antes de tener oportunidad de comer tacos de barbacoa era una buena idea? ¡Pero qué estupidez la mía! Con la mitad de la boca dormida y afortunadamente sin dolor alguno, salí cual bólido y emprendí camino al centro de la ciudad. Maravillada de no haber encontrado tráfico, llegué justo a tiempo al parque Rabaut en el barrio de Adams Morgan. Ahora, sólo había que encontrar dónde estacionar el auto.
15 minutos de dar vueltas en las cuadras aledañas y nada. Honestamente, ya estaba un poco desesperada y preocupada. No quería quedarme sin mi ansiado paquetito. Mi pedido fue sensato, pero era el almuerzo y yo había desayunado solamente un plato de fruta y una taza de café. Vuelta y vuelta y por fin encontré una acera libre. Me bajé corriendo y siguiendo el mapa de geolocalización para acercarme en el menor tiempo posible al camión que el esposo de Cristina, Ben, llevaba cargado de bolsas pre-etiquetadas con el nombre de cada uno de los antojadizos que veíamos aquellas bolsas como los tesoros más grandes del planeta.
Sepa el sereno cómo le hice para al fin llegar, pero unos cinco minutos después estaba yo ya en la fila que me llevaría a recibir mi pedacito de cielo en forma de almuerzo. Me entregaron mi paquete, pagué y me dispuse a volver a casa, pero ¿en dónde carambas estaba el susodicho vehículo? Me encaminé dubitativa pero ansiando no perderme. Sin éxito, 30 minutos más tarde y bastante cansada de andar, por fin encuentro el auto. Agotada, pero feliz emprendo camino a casa.
A mi llegada, me reciben con bombo y platillo. Unos minutos en el horno para que la carne esté bien calientita. Esa memoria de la barbacoa fría dejó huella indeleble, así que seamos pacientes un momento más. Pasamos las tortillas por el comal y servimos los acompañantes en un platón para que cada quién se arme sus tacos. En platos hondos ponemos el caldo que acompaña a esta carne preparado con arroz y garbanzos. Es un poco picosito, pero Cristina lo hace con el picor suficiente para que todos aguantemos.
Al fin, el taco en mi mano, calientito, como se debe. La tortilla es de nixtamal. Su aroma la delata. Es como viajar a la tortillería de mi barrio en los años 80. Al primer bocado, se me inunda la mirada. Es que son tan buenos que me recuerdan a papá, a la abuela, y hasta a mi mamá y su mirada de pistola. Reflexiono y concluyo que lo mejor que pude hacer es darle una segunda oportunidad a este taco. Nuestro primer encuentro no fue bueno, pero ahora, es apasionante y recorro lo que sea necesario. El único requisito es que sepa a mi tierra.
Dirección: 1140 S 9th Street, Philadelphia, PA 19147, USA
Teléfono: (215) 694-3797
Nota: Este establecimiento sólo acepta pagos en efectivo. Tienen un cajero a disposición para hacer retiros.