La buena cocina también es casera

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Todos los seres humanos hemos de comer, para alimentarnos, para sobrevivir, y sí, algunos también lo hacemos por mero placer. De hecho, en la sociedad actual, los cocineros profesionales no sólo han encontrado un lugar de privilegio y admiración, sino hasta de fama tipo rocanroleros, lo que podría hacerle a uno pensar que la cocina del hogar también ha ganado un lugar especial en la familia. Sin embargo, si miro bajo la lupa, no parece ser la norma.

Al voltear a la esfera de los grandes cocineros del mundo podemos observar cómo muchos de ellos con gran renombre como el inglés Gordon Ramsey, el español Ferran Adriá o incluso la estadounidense Julia Child, que constantemente la califican como “la mujer que presentó la gastronomía francesa a sus compatriotas” gozan de admiración y en algunos casos incluso podría pensarse los idolatran también colegas de su mismo gremio. En México, hará poco más de una década cuando comenzaron a escucharse nombres como el de Enrique Olvera, quien se atrevió a reinterpretar la cocina nacional y la modernizó lo suficiente para incluso ahora recibir galardones internacionales.

Aniversarios, días de fiesta, cumpleaños, festejos de todo tipo son buen pretexto para buscar reserva si no es posible en un sitio de éstos ‘cracks de la cocina’, sí en alguna sala que se acomode más al presupuesto de cada quién. Hace falta sólo ver que es imposible conseguir mesa para las fiestas navideñas o el día de los enamorados en muchas de las grandes urbes.

Y bueno, ya no es ningún secreto que la COVID19 nos hizo a todos poner estas tertulias en pausa indefinida y que a cada tregua que las olas de contagio dan, todos salimos despavoridos al primer restaurante que podemos. Y aquí viene la parte espinosa del asunto, pues aún cuando esta misma situación nos ha hecho regresar a todos al caparazón del hogar y por meses hemos tenido que procurarnos nuestros propios alimentos, la comida casera no logra volver a encontrar ese sitio especial que tenía cuando éramos pequeños, cuando la comida del domingo en familia en casa de los abuelos no era una obligación, sino que la esperábamos con ansias de ver qué preparaba la abuela o la tía, de qué vino sacarían para acompañar la taquiza o la paella. Todos llevábamos algo que mamá había preparado y lo compartíamos orgullosos con la familia. Pero las mamás de mi generación parece que ya no son así, o que son minoría, pues.

Y yo tampoco era así. La cocina era una actividad recreativa de fin de semana. De lunes a viernes en casa se desayunaba algo rápido, el almuerzo estaba a cargo del servicio de cafetería de la empresa en la que laboraba y para la cena había opciones que incluían el takeout, salir a algún restaurante o hacer un sándwich o un par de quesadillas para comer rápido frente al televisor. Y la vida así pasaba semana tras semana. En el tiempo y tras mi interés por la reconversión profesional a la cocina, los platillos que sirvo se han vuelto cada vez más caseros. Todo se prepara desde cero y a partir de ingredientes enteros provenientes del campo principalmente. Intento no utilizar productos ultra transformados que mi abuela no habría tenido en su alacena y mucho menos en el refrigerador.

Regresé al trabajo fuera de mi cocina personal y parecía que los menús de casa evidentemente sufrirían, por lo que decidí cocinar los domingos y continuar sin sacrificar la calidad de nuestros platillos; mucho menos la oportunidad de seguir la aventura de probar nuevos sabores y recetas que ahora, por el trabajo, llegan a mis manos. 

Amigos y conocidos por doquier opinan que si bien es un lujo comer casero, para ellos no vale la pena darse el tiempo -porque hay que buscarlo, no llega solito. Otros opinan que con seguridad lo hago por mi profesión más que por mi interés en la buena cocina y el hedonismo gastronómico que he contagiado a los míos. Pocos son los que me siguen la corriente a mi alrededor. Por el contrario, la mayoría sólo desean obtener el producto terminado diciendo estar dispuestos a pagar por las preparaciones. 

Encuentro que esta situación la viven muchos que como yo se dedican de una u otra manera a la culinaria también y en sus familias disfrutan del buen comer y en el afán de contagiar al prójimo comparten conocimientos y emprenden con su saber. Como ellos, yo también comparto lo aprendido, hago pequeñas tertulias con amigos que se han vuelto familia esperando contagiar a los hijos de ese sabor de hogar inigualable a través de los platillos que nos han marcado nuestro andar y tal vez así ellos, un día, también la añoren y procuren servir en sus casas comidas de domingo que les brinde ese sabor a hogar y memorias entrañables con sus familias.

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