Hace 20 años quería comerme el mundo como si fuera éste un pastel y yo un troglodita díscolo que no quería compartirle ni a su familia un trocito de él. No fue sino la vida misma la que se encargaría en los siguientes años en darme un golpe tras otro para que yo aprendiera, para que fuera consciente del uso de dos ojos, dos oídos y una boca. En el camino he caído muchas veces y he tomado pésimas decisiones, pero me he levantado, he aprendido y ahora soy más consciente que ayer de todos mis fallos. Gente ha llegado a mi vida que no he sabido apreciar de la misma manera ha habido gente que no me ha sabido apreciar a mí. El insomnio ha invadido mi habitación varias noches sin que yo tenga la paz necesaria en la mente para encontrar la razón ni la solución a lo que me aqueja en el momento. A veces me atrevo a hacer cosas que me dan miedo; otras simplemente me falta coraje… o aún no estoy lista para ellas. Estoy segura que ya llegará el momento para enfrentarlas.
Hoy miro para atrás y a mi juicio hay mucho que he avanzado en el último lustro que he vivido y lo único que me queda es agradecer por ello y pedirle al mundo, a mi Ser Supremo, a Dios, que me siga llevando de la mano, que siga iluminando mi camino. Me divorcié antes de los 30, aún no tengo hijos y todavía sueño que puedo bailar los “pajaritos a volar” en mis bodas de diamante, aunque eso signifique tener por lo menos unos 110 años de edad.
Desde que llegué a mi tercer decenio la vida ha cambiado significativamente, pues aprendí sobre los extremos de las razones para trabajar: Para mis chicles, por apoyar en casa, para sobrevivir y hasta tener que dejar de trabajar porque simplemente no cuento con la autorización gubernamental para hacerlo. También aprendí lo que significa ser independiente, lo que quiere decir ese famoso dicho de “rascarse con sus propias uñas”. En su momento hubo tristeza y llanto que más tarde la felicidad, las sonrisas y la dicha ha venido a contrarrestar la amargura previa y hacerla desaparecer por completo.
Llegué a París con un sueño y me encontré una realidad diferente. No sabía lo que significaría vivir lejos de mi tierra, de mi gente, de mi sangre… Hoy, con la llegada de mis 35 años no tengo más que decir GRACIAS, que estar infinitamente agradecida porque quienes forman parte de este viaje, de mi vida aquí, me consintieron de tal manera que sólo me hizo falta los que se quedaron allá, en mi tierra azteca.
Mi nuevo sueño, tal vez en el que debo empezar a trabajar hoy para volverlo realidad mañana: Poder juntarlos a todos.