El reloj marca las 8:00 de la mañana y el día comienza. Cuando el olor a café inunda el ambiente aprovechamos para sentarnos a la mesa para compartir un momento de tranquilidad previo al ajetreo diario, a pesar de que a veces solamente se trate de una porción de papaya con yogur y otra de avena natural.
Cuando niña, mi papá era el encargado de preparar el desayuno. Él decía que no podía ir a la escuela sin antes romper el ayuno. Sin embargo, las mañanas dominicales eran memorables: ¡nos servía sus chilaquiles verdes! Si cierro los ojos, aún puedo saborearlos. Con el paso de los años, la vida ha cambiado y soy quien ahora engalana la mesa… cuando me toca agasajar a los míos me esmero para que saboreen cualquier antojo, sin importar de qué se trate ni cuán abundante sea.
Coloquialmente he escuchado a personas en México decir que ellos desayunan un “juguito” (gástrico) y dos yemitas” (de los dedos que truenan por la prisa). A mí, eso no me gusta; me parece triste, y aunque tengo la percepción de que lo que más se consume es un par de huevos al gusto, creo que nuestro país tiene un sin fin de garnachas y antojitos que se prestan maravillosamente para romper el ayuno, inclusive hasta para curar cualquier resaca que haya causado la fiesta de la noche anterior.