Vecinos aquí, vecinos allá

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Cuando me pongo nostálgica y recuerdo mi niñez, en ocasiones hay vecinos incluidos en las historias. Muchos de ellos se quedan en esas historias, pues hubo mudanzas de por medio que nos hicieron perder el contacto y desconozco qué ha sido de sus vidas. No obstante, me parece que tengo bastante buena memoria y recuerdo a muchos. Con otros, los menos, el contacto ha permanecido y aún nos mensajeamos y hasta nos vemos cuando es posible. Pero conforme voy caminando en el andar de la vida me doy cuenta que no siempre mis vecinos pueden ser mis amigos y que incluso hay veces en las que la convivencia se torna difícil y con algunos hasta insoportable… cuentan las malas lenguas.

Entre las aventuras cuyo recuerdo me dibuja una sonrisa en el rostro es aquella ocasión en la que mi hermana tenía tan sólo unos tres añitos y se le ocurrió irse a la casa de la vecina de al lado a jugar, a andar en su bici (con todo y rueditas estabilizadoras) sin pedirle a mamá que la llevara, así como así la escuincla se salió de la casa. ¿Se pueden imaginar el mal rato que pasó mi mamá hasta que se dio cuenta que su pequeña estaba al otro lado de la barda de su casa? Seguro el corazón se le escapaba de la cavidad torácica del estrés. Otro recuerdo que me hace viajar en el tiempo a la velocidad de la luz e ir brincando de los 7 a los 15 a los 25 y hasta los 33 años de edad es escuchar los pianos que mis oídos se han encontrado en distintas casas y apartamentos en los que he vivido y que para mi fortuna he disfrutado. De este tipo de historias encuentro varias en mi mente. Lastimosamente como en todo en la vida, hemos encontrado amargura y sinsabores; siendo el primero en que puedo pensar aquella familia que vivía en el apartamento 101 de ese coqueto edificio lleno de matrimonios jóvenes y una que otra mujer independiente hace unos 10 años. Esa familia de la que todos nos quejábamos porque ponían desde los Tigres del Norte hasta las tablas de multiplicar a las 11:00 pm de un domingo ya cuando todos queríamos descansar. Y ya en el Viejo Continente añado a mi libro dos historias. La primera es la de los chinos gritones. Dicen que los mexicanos gritamos y cuando me encuentro compatriotas por el metro o en algún restaurante lo confirmo, oigo que los españoles también lo hacen y no sé si sea porque los franceses hablan generalmente en voz baja, pero a estos chinos era a los únicos que se les escuchaba en TODO el condominio; hasta hacía eco sus voces. Y la última que ha sido maravillosa, realmente maravillosa… Resulta que vino a tocarme a mi puerta el vecino de abajo para quejarse porque escucha pisadas a horas muy tempranas de la mañana. En nuestra defensa debo decir que solamente hay un día de la semana en que me levanto a las 6:00 am; el resto de los días nos levantamos entre 7:30 y 8:00 am. Claro, ya me di cuenta por qué se queja amargamente de la mañana, pues las luces de su apartamento permanecen encendidas hasta pasada la 1:00 am del día siguiente. Mi respuesta ese día: “Lo siento señor, pero no puedo hacer nada, me levanto a la hora que tengo que levantar”.

Estoy segura que lo tomó a mal, pues aquí parece ser muy delicado el tema de convivencia con los vecinos. Si haces más ruido del debido y a horas que consideren inadecuadas, hasta una citación de la policía puede llegarte. Espero tener oportunidad de limar asperezas con el vecino o encontrar la manera de tener la pisada más ligerita, porque despertarme más tarde… ¡Imposible!

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