Los siguientes días a bordo del buque no se quedaron atrás con respecto al primer par, pues llegamos a la península de Gibraltar, ese lugar en donde España deja de serlo y el Reino Unido no lo es exactamente aunque puede uno encontrar Fish & Chips. No cabe duda que al estar ahí y reflexionar un instante sobre la ubicación exacta del territorio, resulta fácil comprender el porqué de tanta disputa por él. Además, un imperdible, desde mi particular punto de vista era el Peñón y sus famosos habitantes originarios de Marruecos; los macacos de Gibraltar. Unos curiosos y verdaderos -con perdón del calificativo- canijos. Son curiosos, evidentemente, pero también se saben “estrellas de cine” por llamarlo de alguna manera, pues están al alba para agarrarse desprevenido a algún descuidado turista y robarle algo que lleve consigo. ¡Qué bárbaros! Nunca imaginé fueran tan traviesos a pesar de las repetidas advertencias que recibe uno al llegar. Cierto es que desde aquí uno siente que podría dominar el mundo, no hay rincón que sea invisible desde este sitio.
El día pasó demasiado rápido, pues uno quisiera quedarse en este punto del extremo sur europeo desde donde se puede ver el Estrecho de Gibraltar, el Océano Atlántico y cómo se une con el Mar Mediterráneo y al descender visitar el jardín botánico, a pesar de que este último dejó mucho qué desear, pues he visto otros mucho más lindos en otros lugares del planeta. Pero había que continuar la visita, y la siguiente prometía fiesta, o por lo menos eso pensaba yo.
Al día siguiente y al alba, así bien tempranito cuando apenas entraban los primeros rayos de sol por la ventana del camarote, íbamos llegando a la capital española de la fiesta: Ibiza. Esa ciudad en la que uno piensa no hay nada más que música, tragos y pachanga. Y cuán equivocada estaba yo, pensé antes de abordar nuevamente el navío cuando estábamos sentados tomando aquellos tarros de cerveza que de nuevo me remontaban a casi cualquier restaurante de mi tierra durante mi infancia. Usted, querido lector, si gusta de la arquitectura y la historia, le recomiendo visitar Ibiza, pues honestamente aunque se podía notar que había grandes preparaciones para las fiestas nocturnas, hay un rinconcito en el que podemos encontrar la D’Alt Vila o “Ciudad Alta” fortificada de Evissa, la capital de la isla. Este lugar es imponente gracias a sus altísimas murallas de tiempos del Sacro Imperio Romano, cuenta con una entrada principal llamada el Portal de Ses Taules con todo y puente levadizo y claro, iglesias, primero la Catedral de Santa María que, como muchas iglesias católicas está ubicada sobre donde antes estaba un antiguo templo romano, aquí uno dedicado a Mercurio y luego, la Iglesia de Santo Domingo que data del siglo XVI. O sea que en Ibiza, no todo es fiesta, también hubo para cultivarse un poco.