En realidad el título de la entrada de hoy es un poco impreciso. El primer torneo de Copa del Mundo de Fútbol del que tengo memoria es ese cuya mascota fue Naranjito. No recuerdo mucho, pero cierto es que no he olvidado a la pequeña naranja con su deportivo atuendo de futbolista, es más, puedo en mi mente aún ver los engomados que la gente pegaba en la parte trasera de sus automóviles, ay pero qué risa sólo de visualizarlo nuevamente, aunque sea por un instante. He de haber tenido unos cuatro o cinco años cuando se llevó a cabo y lo que tengo muy presente es que todos los adultos e inclusive algunos niños estaban versados hacia sus televisores la mayor cantidad de su tiempo libre.
Luego vino México ’86 con su Pique Gol y a los seleccionados nacionales cantando aquel himno del mundo unido por un balón que al día de hoy creo soy capaz de cantar completo, aunque un tanto desafinadamente. No es que fuera muy complicada, pero en fin. ¿Y qué decir de Mar Castro y su personaje que vestía la ombliguera con el logotipo de la cerveza Carta Blanca que a la actualidad muchos hombres aún extrañan? Y ustedes no están para saberlo, pero en mi entorno había una chiquitina de justos 4 añitos que la imitaba y todo adulto se derretía al verla cantar el “Chiquitibum”.
Y bueno, así me puedo ir recordando cada una de las llamadas Fiestas del Fútbol celebradas cada cuatro años hasta la brasileña que nos tuvo al borde de un hilo durante 30 días. Y digo nos tuvo, porque a pesar de que yo detesto desde lo más profundo de mi ser esta disciplina, cierto es que cuando se trata de apoyar a la Selección Nacional, pues ahí está uno gritando a diestra y siniestra. No obstante cuán copetuda sea la señora o cuán puritano sea el señor, si los niños están en la habitación o si la mamá intenta desesperadamente dormirlos para ir al día siguiente a la escuela, todos nos volvemos apasionados hinchas que opinamos sobre si fue o no penal, que gritamos toda clase de palabras altisonantes y hasta mentada y media de madre se lleva desde cada hogar el árbitro.
Pero, ¿por qué hago una pausa en el verano si yo detesto por igual al América, el Cruz Azul, el Manchester United, el Real Madrid, el Barça y hasta el mismísimo Panathinaikos? ¿Por qué si quiera sé que existe un equipo con ese nombre? La respuesta es muy simple. Porque como dice por ahí un anuncio de una popular cerveza mexicana: El fútbol nos une.
¿Y en Francia también? Sí, en Francia también. Restaurantes y bares abarrotados a diario con porras de los distintos países, pero los días de juego de “Les Bleus”, aaaaguaaas. No sé el resto del país, pero por lo que pude apreciar, la ciudad cuasi paralizada. Los gritos de “GOOOOL” de comentaristas y aficionados sonaban al unísono. Realmente, una fiesta.
Nosotros, de lo que nos acordaremos será del partido comentado vía Hangouts estando cada una en un rincón distinto del planeta, del día de pizzas caseras entre connacionales, de los puritanos que reaccionaban al grito de “PUUUUTOOOO”, de las carcajadas gracias al trauma de todos los mexicanos en el mundo por el debate del “no fue penal”, del sushi y de la niña de tres años que bailaba frente al televisor tratando de acaparar la atención de su papá y, por decirlo de alguna manera, competir frente a la transmisión del partido considerado como el más importante del momento.
Dentro de cuatro años sepa el sereno dónde estemos, pero seguro habrá una nueva aventura de la cual apropiarse y claro, apoyar a los once que nos representen.
Oiga señor lector, y a todo esto ¿era penal?
¡Jajajaja!