Es cierto, París es una de las ciudades más bellas del mundo, pero abrirse camino por sus calles es muy distinto. La realidad es que es una ciudad con muchas benevolencias, pues tiene una cantidad impresionante de cultura para aprender en todos los ámbitos, hay gente maravillosa aquí como en cualquier otra ciudad del planeta, pero también tiene sus bemoles como cualquier otro sitio del mundo.
Hay días en los que el clima es maravilloso, como en septiembre que llegamos me dijeron que era el más cálido en años y sí, la gente andaba por la calle prácticamente en playera y shorts algunos días.
Otros días quieres disfrazarte como para el Río Salvaje de Reino Aventura, porque llueve y llueve todo el día… ah, pues como hoy, justamente. Primero era una llovizna de esa que no para pero es lo suficientemente intensa como para no dejar el paraguas en casa, y claro, con pronóstico del tiempo de 70% de probabilidad de lluvia, uno no deja el paraguas olvidado ni aunque esté en drogas; más tarde llovió tan fuerte que me arrepentí de no haberme puesto mis botas de lluvia y sí, mis pies se empaparon. Ahora, el ardor de garganta está a la orden del día y por ende, la energía ha bajado.
Días de frío creo que solamente me han tocado unos cuantos, y yo que soy bastante friolenta me quiero envolver en todo lo que me encuentro, aunque en realidad lo que quisiera es uno de esos cobertores que parecen sleeping bags y que les ponen a los bebés cuando los sacan a pasear en sus carreolas. Pero espero que Dios me agarre confesada, porque las malas lenguas dicen que las temperaturas bajo cero ya deben estar a la vuelta de la esquina. Y es justamente ahí cuando yo pienso que no tengo idea qué voy a hacer cuando esos fríos lleguen por nuestros alentours.
No obstante, la parte climática hasta ahora es la más amable, pues yo diría que la complejidad mayor radica en el hecho de lidiar con los viajes de negocios, que, aunque apenas comienzan y ya sabíamos llegarían, una cosa es decirlo y otra muy distinta es atravesar el puente. Así, los últimos diez días han tenido un poco de todo, pues he pasado por todo sentir posible: desde el punto más alto hasta el momento más ruin y despiadado de soledad y tristeza. Es cierto, todo depende del cristal con el que se mire, pero no siempre es tan fácil como uno quisiera o como se es capaz de tener energías, sin importar razones.
Hace años conocí a una familia que se había mudado a México y que se quedaron menos de un año, a pesar de vivir en una de las zonas más lindas de la ciudad de México y de tener a sus hijos en una de las mejores escuelas de la zona. En aquel momento yo no entendía la razón ni el porqué esa familia decidía regresar a su país, cuando tanto la oportunidad laboral como la de calidad de vida había mejorado mucho. Sin embargo, hoy que yo estoy a más de 9 mil kilómetros de mi tierra soy capaz de entenderlo, pues hay muchos factores que uno no toma en cuenta cuando cambia su ciudad de residencia sino hasta que se encuentra frente a la situación contraria. Se extraña a la familia, a todos los amigos, la dieta acostumbrada -aunque parezca totalmente increíble- y la rutina diaria a la que se estaba acostumbrado. Por ahí alguien me dijo que este cambio sería bueno para descansar un poco después de trabajar tanto y tan duro, pero soy honesta y extraño a mi papá, a Muñe, a Casey… a tantos, que la verdad no quiero ni enumerar porque seguro me faltarán y la lista sería interminable… ok, exagero, pero los extraño a todos. ¡Carajo, ya voy a empezar a lloriquear!
Sí, el precio de estar aquí es caro, muy caro, pero estoy segura que vale la pena y por ello habrá que encontrar nuevos amigos y una nueva rutina cuyas actividades están ya comenzando a incorporarse poco a poco en mis espacios vacíos; aunque bien sé que el único espacio que quiero dejar así como está ya es el que cada uno de ustedes ocupa en mi corazón… no quiero que nada ni nadie lo altere, porque así está perfecto.