Después de varias semanas de correr por aquí y por allá, en lugar de salir de casa y ocuparme de algunos pendientes decido sentarme y terminar este texto, pues hay tanto para compartir que quiero comenzar a liberar los escritos que se quedaron como borradores a finales de 2013; incluyendo el que debiera haber cerrado el año. En fin. Aquí va…
Nueva York, Londres, París, Tokio, Sydney… todas megalópolis que hacen que el mundo se mueva a velocidades que a un ser humano común y corriente nos pueden parecer supersónicas son las que yo llamo ciudades ombligo porque están súper conectadas y donde se hacen negocios verdaderamente únicos.
Algunas de ellas aún están en mi bucket list de viajes… y de París hoy no voy a hablar. Esta entrada es para Londres.
El acercamiento con los ingleses data probablemente desde mi primera infancia cuando conocí a Paddington Bear, luego mi práctica dancística con el programa de Children’s Examinations de la Royal Academy of Dance, más tarde las clases de historia de las que poco aprendí (Shhh!) y las evaluaciones de lengua inglesa como idioma extranjero de University of Cambridge y University of Oxford, claro está, sin olvidar los programas de la BBC, el bombardeo mediático de las actividades y eventos especiales la familia real, así como los clásicos de su literatura conocida tanto por placer como por necesidad estudiantil.
Ganas de ir a la capital británica siempre había tenido, pero el momento adecuado aún no había llegado para mí. Las circunstancias correctas se dieron para que mi cumpleaños número 36 lo pasara en la capital inglesa en compañía de seres que me aman y a quienes amo con todo el corazón. Cierto es que uno siempre quiere más, pero he de ser agradecida con la vida y apreciar la oportunidad brindada.
Despertamos muy temprano; cerca de las 5:00 de la mañana para arreglarnos y terminar de poner en la maleta los artículos de arreglo personal que eran necesarios incluso en el último momento antes de partir. Salimos de casa y el taxi ya estaba esperándonos. Llegamos a la Gare du Nord tras un breve recorrido por la Ciudad Luz que aún dormía. La estación se sentía con corrientes de aire, por lo que decidimos aproximarnos a la zona de registro al Eurostar donde estábamos seguros conseguiríamos algún tipo de apapacho calientito. Pasamos el control de pasaportes y la revisión de rayos X. Entramos a la sala de espera que a pesar de la temprana hora estaba abarrotada. Era puente y no éramos los únicos que queríamos aprovechar los días. Cuando fue el momento de abordar el vagón lo logramos hacer en calma y ordenadamente. Tomamos nuestros asientos y nos dispusimos a descansar un poco. El tren salió puntualísimo; cual inglés.
Curiosos estábamos por ver el túnel del Canal de la Mancha. Cuando lo cruzamos nos pareció pequeño. Nuestra expectativa era mayor. Llegamos a la estación de la capital inglesa: St. Pancras. Y desde ahí todo nos comenzó a sorprender. Construcciones nuevas y viejas conviviendo en el mismo espacio vital. Un servicio mucho más caluroso que en nuestro ya amado París. Seguramente hablaré más de esta maravillosa ciudad que estoy descubriendo. Por el momento sólo puedo decir que ésta sí que es una ciudad ombligo. Todo aquél que quiere ser alguien en distintas industrias está obligado a pasar por aquí y hace su máximo esfuerzo por llegar a instalarse en el rincón más adecuado para su negocio. Pero no todo es color de rosa en esta gran capital como en todas. Y lo iré desmenuzando poco a poco hasta donde me sea posible.