Del primer aniversario parisino

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Así es… hace casi diez días este par de chilangos que decidió aventurarse a cruzar el Atlántico cumplimos un año de estar en la llamada Ville Lumière y en consecuencia a las 52 semanas de ser residentes del Viejo Continente, la vida hoy se mira diferente. Ni mejor ni peor, sólo diferente; mucho ha cambiado. Sí, es cierto, hay partes de la vida de allá que se extraña acá y otras que mejor ni me quiero acordar.

Cuando llegamos a la tierra de Napoleón, un buen amigo que conocí aquí mismo hace ya unos siete u ocho años me dijo que los primeros seis meses serían los más difíciles. Insistió haber sido testigo del hecho en un sinnúmero de compatriotas una y otra vez a lo largo de su estancia en la cosmopolita ciudad. No es una ciencia exacta, pero parece ser que es el tiempo que a todos nos toma adaptarnos al país, su idioma, alimentación, estilo de vida, etcétera.

A decir verdad, a mí me pareció una exageración y en silencio pensé que a mí no me pasaría, pues yo ya sabía francés y que me adaptaría prontísimo. Que YO estaría fresca como lechuga en cosa de un mes y que tan pronto pudiera convencería a las autoridades migratorias de cambiarme mi visado por uno que me permitiera trabajar y que antes de los seis meses en cuestión estaríamos en la gloria. Que de momento, lo único que a mí me preocupaba era tener ese lugar que llamaríamos nuestro hogar listo lo más pronto posible.

Y bueno, como las primeras entradas de este blog pueden mostrar, el proceso de adaptación fue largo, encontrar amigos sigue siendo una tarea diaria, buscarse actividades ha sido todo un reto y ya no digamos proyectos. Sin embargo, al hacer la recapitulación de lo vivido, no sé si lo he hecho bien o si ha sido lento mi proceso, si habría podido ser mejor, o si de plano hubiere sido mejor quedarme estacionada en la zona de confort en la que estaba en mi tierra… Lo que sí sé es que he puesto alma, vida y corazón, que hay días -muchos seguramente- en los que me he tropezado y hasta caído, pero que me he levantado, que la decisión de venir fue buena y que no, no hubiera sido mejor quedarme ahí donde estaba cómoda y en donde me movía como pez en el agua, pues los aprendizajes han sido tantos que soy muy consciente de todo lo aprendido y crecido y, por supuesto, con infinito agradecimiento por tener esta oportunidad.

He conocido gente maravillosa in situ o por medio de redes sociales, sí y hablo de esos #mexpats con quienes se hace fiesta virtual todos los días en el timeline de Twitter y Facebook. He mejorado mi comunicación con muchos que hace tiempo no formaban parte de mi círculo diario en México gracias a los comentarios, reflexiones y demás tarugadas que pone uno en los muros virtuales.

Pero verdadera y honestamente lo mejor de todo ha sido recorrer este camino acompañada. Sí, es cierto, hay días que estoy para un #tolerameesta y luego no sé ni dónde meter la cabeza de vergüenza y hasta yo quisiera regalarme al primer transeúnte que pasare frente a nosotros, pero supongo que todos tenemos días así, ¿no?

¿Qué sigue? No sé, supongo que seguir adelante, seguir creciendo, seguir buscando lo que conforme nuestra historia y por qué no, seguir compartiéndola. Ah, claro, y seguir pensando en la forma de hacer que las autoridades migratorias galas cambien mi visado para dejarme trabajar en época de crisis y con la mayor tasa de desempleo que se ha visto desde principios del siglo. ¡Pff!

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