Una parte importante de la aventura europea ha sido dejar el automóvil y andar a pie, en bicicleta, en autobús y por supuesto, recorrer la máxima cantidad de kilómetros como sea posible por las redes ferroviarias del continente. Así pues, desde la primer oportunidad que hubo nos desplazamos por toda la línea 10 del metro hasta su término en la Gare d’Austerlitz. Otra vez fuimos para la Gare de Lyon, una vez más a la Gare de St. Lazare y varias veces hemos ido a la Gare du Nord. Algunas veces en trenes pequeños, esos que se conocen como Intercités porque lo llevan a uno a las ciudades cercanas y otras en los que nada más de verlos en el anden imponen; los de alta velocidad: TGV en Francia, AVE en España, Thalys para ir de París a Bélgica, Alemania y hasta Holanda y por supuesto, el Eurostar para cruzar el Canal de la Mancha.
Éstos, creo yo, son los señores de las vías férreas europeas. Me muero de envidia. Me encantaría que existiera este cómodo y rápido medio de transporte en mi país. Significa que haríamos algo así como una hora en un México-Querétaro aproximadamente.
Honestamente, nunca antes había tenido esta opción en mis viajes. Mis estancias en el continente europeo en el pasado no me habían permitido disfrutarlo más allá de un pequeño desplazamiento. Hoy por hoy, esta forma de trasladarme de un sitio a otro durante puentes y vacaciones me ha permitido cambiar mi percepción sobre los viajes y hasta la forma de armar mi maleta.
Por ejemplo, a la hora de cotizar mis boletos tomo en consideración el costo de transportarme al aeropuerto y a la estación del tren, el tiempo que invertiré a la salida de casa, así como a la llegada a mi destino y, ¿saben qué? Pues que en la mayoría de las veces gana el tren. Cierto es que las distancias en estos países es más corta que en el continente americano, pero quién va a preferir pagar precios similares e invertir una hora más por el cruce de los filtros de seguridad o por tener que atravesar la ciudad de cabo a rabo. Claro está, que a veces es mejor un par de alas indiscutiblemente, pero estos monstruos a 200 Km/hr me dejan atónita todavía.
Hay pequeños detalles que no me quedan claros, pero supongo que son más de cultura y costumbres que otra cosa. No obstante, anhelo que algún día el señor TGV pueda recorrer el Bajío, el Cinturón de Fuego o incluso llevar y traer turistas entre México y Acapulco.