La degustación en 10 tiempos

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Generalmente cuando se piensa en los menús de degustación es posible pensemos que vamos a comer poco. Tener un cocinero en casa podría sonar a un exceso. Bueno, pues imagine usted tener un menú de diez tiempos servido en casa y preparado por tres aspirantes a jefes de cocina, ah y por supuesto, en la capital mundial de la gastronomía.

La cocina francesa es conocida como uno de los pilares de la gastronomía moderna, así, venimos todos de distintas latitudes a disfrutar de ella, aprenderla y en ocasiones tratar de reproducirla en nuestros propios países y con nuestros propios ingredientes.

En esta ocasión yo no fui la que cocinó, sino uno de los comensales. Por consiguiente, solamente se me permitió participar en el aperitivo. No tenía la más remota idea de qué llevar, dado que el menú planeado para la velada sería sorpresa para los invitados. Decidí entonces preguntar a la chef anfitriona me diera una pauta o simple y llanamente me dijera qué prefería que yo llevase y con alegría cumpliría con su solicitud. Ella sugirió que podría traer vino blanco y algo de queso. Por supuesto, que estábamos siendo rebeldes y que no sería una tabla de quesos tradicional, pues en este país se sirve principalmente al final de la comida y no como aperitivo. Pero qué importaba, esto se trataba de una experiencia divertida y de reunirse con nuevas personas.

Todos nuestros cocineros están en sus veintes, lo que significa que tienen unos sistemas saludables y que pueden devorar una vaca entera si fuera necesario. Los invitados estábamos en un rango de edades más amplio, sin embargo, ninguno era tan joven como ellos. No obstante, la velada comenzó de manera muy cordial llena de convivialidad. Todos queríamos ansiosamente probar lo que nuestros tres artistas habían preparado con ahínco para la reunión. La conversación fue al menos de temas culinarios a los negocios, a la cultura, a la cinematografía, a los amigos en común.

Una media hora más tarde a nuestra llegada nos llamaron a la mesa. No sabíamos el festín que tendríamos. De la cocina salieron y con toda seriedad nos explicaron los platillos uno a uno junto con la bebida de maridaje que habían decidido para ello. Comenzamos con una ensalada conformada por una endivia asada, calabacín amarillo asado, remolachas cocidas, cebolletas y una vinagreta. Como bebida, habían servido un cóctel de ginebra, flor de Jamaica y pimienta rosa. Los sabores eran verdaderamente interesantes, frescos y originales aunque yo personalmente hubiera preferido menos amargura -claramente aportada por la endivia. Luego, nos sirvieron una crema fría de chícharos acompañada de una carne tártara sazonada de manera muy original, pues había sido inspirada en la cocina mexicana. Debo decir que ambas preparaciones estaban bastante sabrosas y que iban perfecto con la bebida de ginebra que nos sirvieron en el primer tiempo. Es posible que los colores y las texturas hayan tenido que ver, pero era un platillo con muy buen balance. Todos los invitados estábamos felices y satisfechos hasta ahora. Estábamos deseosos de continuar probando, sin embargo, no teníamos idea que era tan sólo el principio.

Entre usted y yo mi querido lector, yo aquí, podía haber terminado e irme directo al postre, pero estos chefs habían trabajado por horas y horas y merecían que probásemos todo.

Así pues, los platillos principales comenzaron a desfilar por el comedor con el cuarto tiempo de la noche junto con las cervezas y los encurtidos que les acompañaban orgullosamente. En lo personal, yo no soy una gran fanática de los escabeches, pero debo confesar que éstos habían sido bien logrados y fueron en lo absoluto agresivos para mis papilas gustativas. En primer lugar, disfrutamos de un sándwich wafleado con sirope de maple y pollo especiado -me atrevo a decir que incluso un gustito picoso, acompañado de chips de pera deshidratada en el horno y col roja en escabeche. Ahora sí que ya nos comenzaba a costar trabajo, pues yo quería comer más, pero había que guardar espacio para lo que aún estuvieran emplatando en la cocina, por lo que decidí comenzar a ser más discreta en mi ingesta, no obstante cuánto estaba disfrutando de mi cena. Al entrar el quinto tiempo, los invitados solamente comenzamos a expresarnos en interjecciones, entre sorpresa y una búsqueda por espacio en nuestros sistemas.

No estábamos seguros de podernos terminar la versión revisitada del Po’Boy de la región sur de los Estados Unidos de América preparado en una tradicional baguette francesa. Créanme, estaba increíble; lleno de texturas y sabores que explotaban en mi boca. Era fresco, cremoso; de menta. Era una fresca ensalada de mariscos de verano en forma de sándwich. Como el último “platillo principal” se nos sirvió un nuevo platillo junto con su propia cerveza, y aunque todos estábamos ya más que satisfechos, el aspecto y la explicación del platillo nos hizo a todos desistir y caer rendidos ante la hamburguesa rellena de foie-gras con un acompañamiento de camotes fritos y una mayonesa con pimiento de Espelette.

Personalmente yo no pude comerme más de la mitad, pero juro que estaba muuuuy buena. No sólo era delicioso el trozo de carne molida relleno de foie. El bollo era algo que se parecía más al sabor que mi memoria busca cuando como una de esas preparaciones típicas de comida rápida, sin embargo, hubiese agradecido más las papas a la francesa o en gajos típicas… sólo porque soy fanática de ella -aunque encuentro que la opción de camote no funcionó tan bien como nuestros trabajadores chefs esperaban.

Finalmente llegó un respiro. Parecía que no saldrían de la cocina más cervezas ni comida salada, pero debo confesar que EN VERDAD subestimamos a nuestros cocineros. Se nos permitió limpiar nuestros paladares con un sorbete de mango acompañado de champaña y una pequeña frambuesa. Todos estábamos felices. Necesitamos un poco de frescura y también nos dio un poco de compostura. Y bueno, pues el último desfile estaba por comenzar. Sí mi querido lector, había aún más por venir. Y como soy una golosa de primera, era necesario encontrar la fuerza -porque espacio era imposible- y continuar comiendo.

Y así, el nuevo platillo salió de la cocina. Esta vez parecía ser alguna clase de tarta deconstruida. Para ella, nuestra chef utilizó galletas de vainilla, una compota de plátano y crema batida, así como unas nueces troceadas. Yo no soy muy asidua a la banana, sólo cuando éstas aún están un poco verdes y enteras. No obstante, debo aceptar que este postre fue una grata sorpresa para mí, pues me invitó a continuar comiéndolo, aún en la situación en la que me encontraba, pues ya me costaba trabajo moverme… y eso que sólo quería permanecer sentada en mi silla. Pero no todo estaba perdido, aún disfrutábamos de muchas risas alrededor de la mesa. Nuestra plática ya era mucho menos intelectual, y he de compartirles que me sentía un tanto borracha de la cantidad de comida ingerida. Afortunadamente, todos estuvimos de acuerdo que había estado delicioso y que con gusto repetiríamos la experiencia si recibiéramos la invitación. Oh, inocentes palomitas, había OTRO postre pendiente por salir… ahora se trataba de una tarta con una pasta aromatizada con romero, un relleno cremoso con ruibarbo y una decoración con flores de Jamaica deshidratadas hechas polvo y que además nos recordaban por un segundo a ese primer traguito con ginebra. Redondeaba perfectamente la cena y nosotros también estábamos redondos, ¡jajajaja!

Lastimosamente no hay fotografía de ese último postre. Una disculpa, pero ¡ME LO COMI TODO!

Eran ya cerca de las 2:30 de la mañana y habíamos estado comiendo por horas y horas. Y a pesar de que habíamos pasado una maravillosa velada, era momento de despedirnos y esperar repetir la experiencia con menos comida, pero igualmente sabrosa.

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