En Latinoamérica es muy común que en casa se contrate a alguien que nos ayude o que se ocupe por completo de las tareas del hogar. En México inclusive se les apoda La felicidad del hogar, pues nos ayudan a que nuestros aposentos luzcan limpios y ordenados en todo momento, que lo que vistamos esté limpio y planchado y en algunas ocasiones hasta que no nos agobie qué comeremos el día de hoy. Ya en los casos más afortunados vemos gente que se ocupa de jardines, talachas del hogar y otros asuntos de los que nos desentendemos y que incluso delegamos sin siquiera pensarlo un segundo. Y sí, sin pena ni vergüenza puedo decir que en mi infancia y juventud siempre hubo un montón de gente que ayudaron a que en mi casa todo rechinara de limpio. Momentáneamente me acuerdo de Teresa y su genio; a todos nos traía marcando el paso, parecía ella la patrona. También me acuerdo de Melitón, el jardinero de edad bastante avanzada que se me hace se hacía menso en los rincones porque se cansaba del gran espacio que le correspondía mantener tout propre (o sea, bien… en orden). Y honor a quien honor merece… Memo, que lleva aguantando a mi familia una treintena de años, que nos ha visto en las buenas, en las malas y siempre con la disposición de echarnos la mano en lo que se necesite. Pero cuando uno deja estas culturas y nos aventuramos a países más desarrollados que los nuestros, pensar en tener quién le ayude a uno en el hogar resulta impensable y hasta impagable, aunque no digo que no haya quienes se las arreglen de una u otra forma para lograrlo.
La Ciudad Luz no es la excepción y aunque sé que no soy ni la primera, ni la última, ni la única que lo vive, una cosa es decirlo y otra vivirlo. Así, cuando consideré venir a instalarme a este París del que se habla en todo momento, especialmente por su glamour, nunca pensé en que Viridiana, esa amable chica que iba a mi casa una vez por semana se quedaría allá y que acá sería yo la que debería encargarse de todo… del súper, la cocinada, lavar, planchar, doblar, limpiar, trapear, fregar… uff, me canso y eso que nomás lo escribí.
Afortunadamente, yo vine a esta ciudad acompañada… no, no es cierto, de hecho yo vine de acompañante, bueno como sea, el chiste es que no estoy sola y aunque muchas veces me ocupo de que todo esté reluciente yo misma, también él participa y eso hace que el rol de La felicidad del hogar también sea compartido y en una frase muy mexicana: Que la chinga también sea compartida.