Salir del hotel y desplazarnos al Très Petit Château con la firme intención de instalarnos fue una labor cuasi titánica, pues uno acostumbrado a aventar todo a la cajuela del auto y lanzarse a la aventura, mmm… ¿se pueden imaginar la escena, verdad? 5 maletas, 3 bolsas de compras de enseres domésticos, 2 bolsas de compras de supermercado (pero no de esas de plástico pequeñas, sino más bien tipo las Bolsas Verdes que uno puede adquirir en Costco o Sam’s Club) y algunas chácharas sueltas porque no cupieron por ningún sitio para tan sólo dos pares de manos y dos seres humanos acostumbrados a vivir en una tierra en la que por $50 pesos te consigues un chalán que te ayude a hacer de TODO… creo que ya no hay más qué decir, ¿cierto?
En fin, así, el sábado 1 de octubre dejamos la habitación de hotel para instalarnos en el distrito 16 de la Ciudad Luz, dejar atrás los días en los que vivimos en grandes espacios, para ser parte de una sociedad acostumbrada a vivir en 43 m2 muy bien aprovechados. Lastimosamente, sólo faltaban los muebles… afortunadamente, hubo un alma samaritana que nos prestó sillas y colchones inflables que nos permitirían esperar a que llegara la fecha proporcionada por el servicio de entrega a domicilio de Ikea, cruzando los dedos fuera pronto para poder armar todo, TODO.
El proceso de limpieza del apartamento fue largo, tedioso y cansado. Nunca había yo visto salir tanto cochambre y suciedad de un espacio tan pequeño. Es más, llegamos a pensar que si existiera un concurso cuyo nombre fuera “El apartamento más limpio de París” lo ganaríamos, pues no dejamos de tallar, barrer, lavar y fregar sino hasta que todo quedó a nuestra entera satisfacción -o casi. Ahora solamente tendríamos que esperar los muebles para medir espacios, así como las 25 cajas que habíamos enviado en un contenedor desde tierras aztecas.