El Palacio de la Ópera Garnier

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Cuando niña siempre soñé con ser prima ballerina y a los once años lo fui. Todavía no logro entender por qué no me dediqué a la danza, pero de lo que estoy segura es de que hoy no estaría donde estoy y como estoy de haberlo hecho. El ballet me enseñó mucho, pues me dio disciplina, me inculcó el gusto por una de las bellas artes y me enseñó a apreciar las otras. Educó mi oído y me permite, al día de hoy, no nada más escuchar ruido y música barata, sino grandes piezas que deleitan a cualquiera, menos a quien no aprecia lo bueno.

Hoy, gracias a más de diez años de educación en la danza clásica, en mi mente han tenido cabida grandes como Rudfolf Noureev, Mikahil Baryshnikov, Twyla Tharp, Dame Margot Fonteyn de Arias, e inclusive mis primeras palabras en francés que sin darme cuenta me permitirían posteriormente entender mejor no sólo el idioma, sino también a sus hablantes. Durante mi infancia iría en repetidas ocasiones a la isleta del Lago de Chapultepec cada temporada del Lago de los Cisnes y posteriormente cada invierno al Palacio de Bellas Artes o al Auditorio Nacional para ver El Cascanueces, tal vez por eso Tchaikovsky sea uno de mis predilectos. Evidentemente, esta visita era imprescindible con tremenda historia, y si a eso le sumamos que la travesía es con otro educado en la música a través del piano y amante de partituras originales de Rachmaninoff, Bach, Thaikovsky y eso sólo por mencionar una tercia, pero cuyos grandes aprendizajes de vida han venido también en gran parte gracias a su disciplina artística, pues no me queda más por agregar ¿o sí?

Así, nos lanzamos al Palacio de la Ópera.No era un lugar del que hubiéramos recibido muchos comentarios, ni tampoco hicimos gran alarde a priori a nuestra llegada. Sin embargo, entrar fue majestuoso, y coincidimos en que probablemente era una de las piezas arquitectónicas más bellas que habíamos visto hasta ese momento en la ciudad, si no es que la más bella. Es cierto que aún faltan muchos sitios por recorrer y conocer, que apenas vamos comenzando, no obstante, para quienes no conozcan el lugar, las imágenes incluidas en esta entrada pueden darles una idea de lo que quiero plasmar.

Entramos y comenzamos a recorrer el palacio, que aunque parece ser pequeño por los espacios que es posible visitar, claramente no lo es. Me hubiera encantado poder ver tras bambalinas; los camerinos, montacargas para entrada y salida de escenografías… pero pues hasta allá no puede uno llegar en una visita independiente -me pregunto si debo investigar si las visitas guiadas incluyen una miradita por esos mágicos espacios a los que sólo tienen acceso las grandes estrellas que aquí se presentan.

En fin, una entrada que recibe a sus visitantes al pie de una escalera que me hace recordar esas que había en las casas antiguas y por cuyos pasamanos más de una vez se desliza uno de chamaco. Estatuas de artistas sin nombre, pero que captan perfectamente el actuar de quienes aquí trabajan para entretenernos. Candelabros que ahora son lámparas pero que hacen que uno viaje siglos atrás. En la primera planta está el foyer principal, un pequeño salón con un deslumbrante brillo causante de varias dislocaciones de quijada, pero que sirve de maravilloso preámbulo para la entrada a la sala.

Jalamos la puerta del palco aspirando ver algo y estaba abierla, aunque la sala oscura. Por un momento pensé que sólo podríamos ver algo gracias al flash y a la fotografía. De un momento a otro, comenzó un ensayo de iluminación y entrada y salida de escenografías: 6 piernas, 2 directores de escena, y un candelabro que poco a poco se encendió para iluminar y ser capaces de apreciar el recinto y quedar sin palabras; sólo interjecciones.

Dejarme callada no es fácil, pero este lugar por sí mismo lo logró, inclusive ahora; me cuesta trabajo encontrar las palabras para describirlo. Me valgo de la fotografía, pero sé que me quedo muy corta. Sé que regresaremos. No sé si será para un ballet o una ópera, pero yo necesito verlo en acción; seguro mi imaginación está siendo conservadora.

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