Antes de vivir en el extranjero no entendía por qué los mexicanos que habían emigrado comenzaban a hablar “chistoso” y mucho menos por qué se emocionaban tanto al escuchar la música del mariachi. Así pues, un día yo comencé a notar que también hablaba ya igual de “chistoso” que los otros; esos a quienes antes osé levantar la ceja pensando que se comportaban un tanto payasos, pero híjole, es que se empezaron a mezclar galicismos en mi día a día y me volví más pocha que antes. Más adelante, llegó el momento de ir a la misa de la Virgen de Guadalupe. Oiga usted, a qué mexicano católico no le mueve eso de ir a escuchar la liturgia en español y para celebrar a la Virgen morena del Tepeyac. Pues así fue, mi lado mocho no chistó ni un solo segundo y organicé las actividades para llegar puntualita a la cita en la Iglesia de la Madeleine, en donde todo fue lindo y ordenado hasta el momento en que escuché esa popular pieza que dice ‘La Guadalupana, La Guadalupana, La Guadalupana bajó al Tepeyac’ cuando corrí para acercarme y grabar un breve video, tomar fotografías, lo que fuera para poder documentar el momento. Sí pues, lo confieso, me emocioné.
Casi medio año después en su cuenta de Twitter, Alondra De la Parra, esa prima lejana que no conozco pero cuyos apellidos nos delatan -otro día con más calma analizamos el árbol genealógico, ¿sale?- publicó que había llegado a la Ciudad Luz y que debutaría con la Orquesta de París. De nuevo no lo dudé, salí corriendo en busca de boletos. Moría de emoción, escucharía de nuevo ese Danzón #2 que tanto me gusta, que tanto disfruto y que hasta energía me da cuando más la necesito. La suerte estaba de mi lado y a pesar de haberme enterado apenas unos cuántos días antes de la presentación, conseguí unos buenos sitios y lo mejor del caso, la pieza esperada estaba programada… con eso cerraría.
Ya en la sala de conciertos y viendo que sería prácticamente un lleno total, el corazón latía a mil por hora. Disfruté a cada momento, tuitée y estuve leyendo el timeline en el que ella relataba un poco de lo que pasaba tras bambalinas y otros lo que sentían al escucharla por la radio que transmitía en vivo. La primera parte había ya terminado. Era el intermedio y nosotros decidimos quedarnos en la sala. Opinamos sobre el público, sobre la presencia de muchos viejos, pero también de muchos niños en el espectáculo, sobre si el concertino había hecho o dejado de hacer y quiénes opinábamos habían sido los “cómplices” de la mujer de la batuta. De pronto, entre tuits y conversaciones escucho a lo lejos el arpa que delata a la orquesta. ¿Será que tocarían el Huapango de José Pablo Moncayo? Sin duda, ese acorde era inconfundible, era donde por ahí del minuto seis de la pieza ella podría lucirse y estaba ensayándolo sin cesar. ¡Ah, cuánta emoción! ¡Ya que termine el intermedio y el concierto continúe, por favoooor!
La sala se volvió a llenar y comentamos mi invitado y yo que la mayoría de esta gente no sabía lo que le esperaba. Un público que no gusta generalmente de piezas “ruidosas”, pero teníamos fe que lo apreciarían. Así pronto llegó la tan esperada pieza de Márquez que me deleitó hasta “rockear” -por llamarlo de alguna manera- pues bailaba y “cantaba” la pieza en mi cabeza. Mi vecino de al lado volteó a verme con un dejo de enojo. No le hice caso; era momento de disfrutar. El concierto había terminado. El público aplaudió pidiendo encore y ni los músicos ni su directora se hicieron mucho del rogar; casi podría yo asegurar que ella también quería que los asistentes disfrutáramos a Moncayo. Ella volteó a preguntar si entre los asistentes habíamos mexicanos. Estoy segura que varios contestamos, pero yo no controlaba mi voz, así que grité como si se tratara de un concierto de rock & roll; lo siento, las emociones estaban a flor de piel.
Esos últimos ocho minutos del concierto fueron maravillosos; inolvidables. Entendí tanto. Es que ahora estaba yo escuchando esa pieza musical que a mí me movía, que me hacía vibrar.
La crítica en Le Monde fue maravillosa: Une écuyère mexicaine met le feu à l’Orchestre de Paris (Una amazona mexicana incendia la Orquesta de Paris). Una vez más me sentí orgullosísima de mi país y su gente de trabajo. Ella, seguirá volando, conquistando tierras y corazones. A mí lo que nunca en la vida se me va a olvidar fue que ese jueves 16 de abril la música me hizo explotar hasta no poder contener el llanto, mi cuerpo temblaba de emoción.
¡Gracias París, gracias Orchestre de Paris, gracias Alondra!