París: Ciudad Luz, Ciudad del amor y hasta de sueños

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Desde que tengo memoria París es una ciudad que en el continente americano mucha gente sueña conocer. Y recuerdo perfectamente el sentir la primera vez que vine vi la Torre Eiffel; me quedé muda. Así, mi primera y muy corta visita a esta gran metrópoli me dejó con hambre de verla con más detalle, pues en esa ocasión no tuve oportunidad de saborearla como hubiere querido.

Pero ¿por qué tiene tantos sobrenombres? ¿Por qué es tan admirada y tan soñada?

Tuve que conocer un poco de la historia universal y de la historia de París y de su gran Universidad de La Sorbonne para entender su más afamado apodo de La Ciudad Luz. Luego, tuve que conocerla para entender una de las tantas razones por las que en el mundo se le conoce como la ciudad del amor y tuve que venir a vivir a ella para darme cuenta de por qué también es una ciudad de sueños.

Si uno se toma menos de un minuto y googlea Ciudad Luz, Wikipedia dará todo un listado de ciudades a las que se les apoda de esta manera; pero París encabeza el listado y es la que obtiene mayor cantidad de resultados en la búsqueda, no obstante, alguien me contó una vez que se le llama Ciudad Luz no por sus luminarias -además de que aquí no se va la energía eléctrica como en la tierra de las trajineras- sino por todo el conocimiento generado en la época de la Ilustración.

París, ciudad del amor… por aquí y por allá se dice que la belleza del entorno hace que la gente se enamore, ¿será? No hace mucho escuché a alguien decir que con el paisaje urbano que aquí tenemos a diario seguramente no hay divorcios. Me hizo pensar tanto esa afirmación, pues los parisinos son gente muy solitaria. Más de la mitad de la población vive sola y no está en pareja. De hecho, en una reciente lectura me asombré cuando el autor presenta el tema de las relaciones amorosas y el matrimonio de los oriundos de la capital gala y dice que para nada es fácil encontrar pareja en este rincón del mundo. No obstante, caminando por cualquier callejón o avenida puede encontrar recién casados lunamieleros paseándose y tomándose una fotografía tras otra enamorándose no sólo de su acompañante, sino también de los museos, parques, paseos en bote y por qué no, del ícono por excelencia: La Torre Eiffel. Y yo también, en este camino de ya casi 18 meses, París me ha hecho enamorarme de ella, de mi acompañante de viaje, de mi misma y hasta de mi tierra cuando me hace falta algo y/o alguien de por allá.

Y bueno, luego están los sueños; esas historias que armamos en nuestro inconsciente y a veces también en nuestro consciente de lo que queremos y anhelamos para nuestra vida. No sé si aquí esté yo más alerta de lo que sucede o si verdaderamente la tierra del Rey Sol permita se cumplan más sueños que el Cañón del Sumidero cuya belleza también me parece maravillosa. En fin, hace algunas semanas por azares del destino tuve oportunidad de ser testigo de la magia, de las emociones, de las lágrimas y de la enorme felicidad que causa cumplir un sueño. Vi cómo esta ciudad que no importa si la recordamos por ser la capital mundial de la moda, por tener tantos museos que acaba uno molido después de caminarlos o por sus malencarados meseros, puede hacer que tres seres humanos que lo único que compartían era una amistad o relación laboral y estar en estas latitudes al mismo tiempo pudieran cumplir el sueño de visitar esta Ciudad Luz. Ah y claro está, que el eje conductor para que se cumpliera el sueño era la conmovedora historia de  esa humilde mujer que nunca siquiera imaginó poder hacer visitar la tan fotografiada y encuadrada obra del Sr. Gustave Eiffel en el Campo Marte. Al final de las aproximadamente 72 horas de correr para un lado y para el otro el recuento era de cinco sueños cumplidos. Yo, solamente fui una espectadora que guardará en el corazón por siempre la maravillosa oportunidad de ver cómo en pleno frío invernal este París se empeña en hacer realidad los sueños más locos que nos atrevamos a tener.

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