París monocromático: Invierno a la vista

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Como ya compartí en uno de mis textos de hace algunos días, la primavera llegó a la Ciudad Luz y con ello un abanico de colores que no solamente hacen que la capital gala se ilumine en su paisaje, sino también comiencen a vislumbrarse las sonrisas en los rostros de los citadinos y por qué no, hasta cuelguen el negro abrigo que nos cubrió durante el invierno. Al principio parecía extraño, luego me di cuenta que yo era la rara que andaba vestida en Technicolor aún cuando el entorno era prácticamente la paleta de los grises; después, yo también comencé a preferir el fúnebre color negro en mi guardarropa una vez que llegaron las temperaturas que mi alma chilanga consideraba prácticamente gélidas, a pesar de aún ser positivas. Y lo peor, sin darme cuenta.

Para el tercer invierno alguien que llegó de visita y con quien me reuní para saludarnos e ir a la biblioteca de la universidad en la que hace sus estudios doctorales, de repente entró al andén de metro entre el tumulto de los pasajeros portando un vestido rosa fluorescente con negro. Era tan fácil reconocerla a la distancia a pesar de las franjas negras que tenía su vestido, pero la realidad es que ella era la única que no parecía ir camino a un sepelio. Así pues, me volví consciente. París, en invierno es monocromático, y yo ya formaba parte de ese entorno formado por nada más que colores fríos. Hasta el cielo es gris en esos meses. El sol sale poco, si es que se le llega a vislumbrar.

¿Será que por eso cuando la primavera comienza uno a ver que visten de color naranja, azul rey y rosa? Viviendo en un lugar en el que uno puede vestir casi igual durante todo el año, en el que los cambios de estación no son para nada similares a los que pueden verse en el Viejo Continente nunca imaginé un cambio de ánimo tan marcado como para vestirme sombríamente y además de todo de manera consciente.

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