Hace algunos días recibí una llamada que no pude tomar porque estaba ocupada. No había mensaje en el buzón vocal. Al día siguiente recibí un mensaje de texto en el que me preguntaba una amiga qué haría el próximo fin de semana. Mi único plan era ir a clase de ballet y aunque en la mente tenía ideas de salir a hacer una visita por la ciudad a algún museo, en realidad no había nada planeado, por lo que le pregunté de manera directa a dónde íbamos a ir. Después de todo, uno pregunta a las amigas por planes cuando las quiere incluir en algo que nos traemos entre manos. Y efectivamente, me contestó que se casaría por lo civil el sábado y que le daría mucho gusto que la acompañáramos. De inmediato le dije que con mucho gusto, pues disponibilidad había, pero después comencé a sentirme confundida, pues no conocía las finezas de la etiqueta francesa con respecto a la asistencia a tal evento en este país.
Como buena mujer me dije “no tengo nada qué ponerme” y en efecto, juro que no había nada adecuado para un matrimonio de día en esta época del año. Después pensé que no quería vestirme demasiado elegante, que me quedaba claro que al ser en el edificio del ayuntamiento sería formal, pero no exceso. En fin, me lancé a comprarme un vestido porque nada me parecía adecuado. Para este momento, de lo único que estaba segura era que sería una boda sin alcohol, porque ¿les mencioné que mi amiga es musulmana? ¿No? Bueno, pues hasta donde mi limitada educación en la religión que venera a Alá, entiendo que no pueden ingerir bebidas embriagantes. Deberé estudiar un poco sobre ello; es cultura general.
En fin. Me desperté tempranísimo, pues a diferencia de las bodas a las que he ido antes en mi país, en esta ocasión tendría que arreglarme yo sola y sin la ayuda de un estilista, pero no mucho, pues solamente era la ceremonia civil y había que ser respetuosos con la familia y los novios para no quitarles la atención a ellos. ¿Y si hace frío, pensé a las 7:00 AM? Ya era demasiado tarde para ese pensamiento. Ni modo, me contesté. Desayunamos y salimos de casa emperifollados poco antes de las 9:00 AM, pues la cita era poco antes de las 10:00 AM al otro lado de la ciudad. Decidimos irnos en metro, pues el edificio del ayuntamiento en el que se realizaría la ceremonia quedaba muy convenientemente saliendo de la estación y no teníamos que hacer correspondencia si tomábamos una de las líneas a un costado de casa. Llegamos a las 9:45 AM, puntuales a la hora en que habíamos sido citados. Esperamos en la plaza a la entrada del edificio gubernamental a que llegaran los novios. Poco a poco otros invitados y familiares comenzaron a llegar. He de ser honesta, me sorprendieron los atuendos de algunas personas, pues según lo que había leído por aquí y por allá, así como lo que amigas e incluso la dependiente que me ayudó en la tienda en la que adquirí mi vestido y hasta para mi sentido común, no eran o los colores o los atuendos adecuados para un evento como éste. Pero lo que más atraía mi mirada con la mayor discreción posible eran las mujeres que llegaban con la cabeza velada -inclusive alguna jovencita de bastante corta edad, habrá tenido unos 15 años máximo. Atuendos sobrios y elegantes de una gran gama de colores. Hasta ahí no habían grandes diferencias.
De repente, apareció por la calle un Mercedes-Benz haciendo ese ruido característico con el claxon que indica que dentro viene una novia. En efecto, era ella. El auto se detuvo y de inmediato el apuesto novio se bajó para abrirle la puerta a su chica, pues llegaron juntos. Un saludo bastante rápido a los asistentes y nervios por doquier que se dejaban ver a través de sonrisas y miradas de “ya estamos tarde”.
Para mí, la mexicana cristiana todo comenzó a desenvolverse de forma nunca antes vista. Desde ese grito de festividad tan musical y característico del Medio Oriente que hacen las mujeres oriundas de la península arábiga y sus alrededores hasta el estilo del vestido de la novia me parecían alucinantemente distintos a lo que mis referentes esperaban.
La ceremonia fue rápida, bastante ligera y con un funcionario público celebrante joven y sonriente. Posteriormente, los invitados nos dimos cita en el cóctel en un pequeño restaurante citadino a unas cuadras de la Plaza de la República. Hubo bocadillos salados y dulces, jugos, agua y refrescos y música que inspiró de inmediato a la novia y sus secuaces a comenzar a contornear las caderas como sólo ellas saben hacerlo. Para las 2:00 PM yo estaba de regreso en casa. Ella ahora parte a su tierra, Túnez, en donde los festejos religiosos comenzarán la próxima semana. A mí, por ahora, solamente me queda agradecerles haber compartido con nosotros su celebración parisina y desearles larga vida juntos en amor, felicidad y abundancia. O como se dice por aquí: Vive les Mariés !