Por el placer de vivir reencuentros con buenos amigos

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En varias ocasiones he platicado en este, mi rincón del ciberespacio, sobre los afortunados reencuentros que hemos vivido a lo largo de nuestra estancia en la ciudad de la Dama de Hierro del Sr. Eiffel. De esa misma manera ansiosamente anclamos en Barcelona. Habíamos quedado de vernos frente al Monumento a Colón. Probablemente habían pasado cerca de 20 años desde la última vez que nos habíamos visto. Nos reencontramos gracias a las redes sociales, Twitter específicamente, y ya más a detalle, por medio de la comunidad de mexicanos que compartimos huso horario y con quienes tenemos una ciberamistad más que cualquier otra cosa. Lo mejor de todo esto es que cuando nos vimos, solamente sonreímos, asentimos y nos abrazamos. A partir de ahí todo fue un disfrute, pues caminamos con ese sentido de confianza que da saber no perderse ni tener que estar atento al mapa o al GPS del teléfono, pues teníamos el honor de ser guiados por una amiga, mexicana y lugareña. Realmente una situación inmejorable.

Así, antes que nada tomamos camino a la Sagrada Famiglia. No puedo negar que es preciosa, inverosímil tantos años para poderla terminar e inimaginable su aspecto cuando quede terminada. Me dejó sin aliento verdaderamente, y eso aún con grúas. Media hora de fila para entrar, dicen no fue mucho. 13€ la entrada. Me pareció carísimo, pero valía la pena por entrar a ver tal belleza. Recorrimos en silencio la edificación. Él observaba detalladamente. Yo tomaba una fotografía tras otra. Ella espero pacientemente.

Al salir nos dispusimos a almorzar en un pequeño restaurante que nos encontramos en el camino. Ah, qué buenas tapas, dijo él. Las mujeres no callaban ni para tomar aire, ¡qué barbaridad!

Una vez que terminamos nos dispusimos a caminar hasta no poder dar un paso más. Habrán sido dos o tres horas, pues recorrimos Las Ramblas y el Barrio Gótico, pasamos frente al Palau Güell, que aunque me hubiera gustado entrar no había tiempo en esta ocasión. Habría que dejarlo para la próxima vez. En fin, entre los 40°C que nos tocaron y tanto andar, llegó el momento en el que nos dimos por vencidos los tres y nos estacionamos a tomar algo refrescante en el clima artificial del aire acondicionado. Y claro, no hay visita que no llegue a su fin. Ella nos dejó para volver al barco que zarparía en menos de una hora. A nosotros nos dolía hasta pensar en caminar. Además, me sentía achicharrada a pesar del bloqueador, las gafas y el sombrero. No obstante, la plática fue una delicia, la visita esplendorosa y aunque nuestro hotel flotante se disponía a un último destino, para nosotros ya no había necesidad de más por el momento. Tocaba descansar y disfrutar de lo que nos quedaba de piscina, antojitos y lecturas. Pronto regresaríamos a casa y había que volver a arrancar motores con toda la energía. Afortunadamente, este último destino nos permitió cargar el alma gracias a la apapachoterapia de mi querida amiga de la infancia. La próxima vez que nos viéramos debía yo corresponder a tantas atenciones y lo haría gustosa.

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