Uno de los primeros sitios que fuimos a visitar en esta ciudad fue el Palacio de la Ópera. De esa visita escribí por aquí en enero de 2012. Desde entonces, he aprendido mucho del edificio y de su historia, de su compañía de danza, de su orquesta, su ópera, etcétera. En alguna ocasión que fui de visita con alguien que venía de tierras lejanas, me senté a escuchar a una maestra de escuela primaria y aprendí varios datos curiosos como que la entrada principal era únicamente para el rey y que la población en general sólo pudo entrar por estas puertas después de que se estableció la 2a República, cuando los ciudadanos adquirieron su derecho de “Igualdad”. Otra enseñanza de aquel día fue que los asistentes a las presentaciones en tiempos de la nobleza solo eran invitados del rey, nadie más. En fin, el lugar no ha dejado de dejarme boquiabierta. En cada oportunidad que he tenido de visitar este sitio me he encontrado a más de un estudiante de arquitectura copiando las columnas en alguna lámina que le han dejado de tarea.
Luego vino mi acercamiento a la ópera y mi presencia en una presentación del clásico Aïda también en 2012 y de cuya experiencia también platiqué por estos lares. Por último, tuve oportunidad de conocer a una pareja de cantantes de ópera… ella se dedica a la enseñanza de manera ocasional para quienes buscan un entrenamiento específico con un tutor; él anda por todo el mundo deleitando con su voz en los grandes escenarios. Así, poco a poco se ha ido despertando mi curiosidad y comienzo a buscar conocimiento al respecto, no obstante, a pesar de que esta ciudad tiene un sinnúmero de foros que con frecuencia se ven engalanados por puestas en escena tanto de clásicos como de piezas modernas, el Palacio de la Ópera es EL recinto al que cualquier aficionado quiere tener acceso para disfrutar de algún espectáculo. Conseguir boletos no siempre es fácil, mas tampoco imposible. Una hora antes de todo espectáculo las taquillas abren y venden las peores entradas, las llamadas de visibilidad parcial, yo las llamaría “de visibilidad nula” porque no se ve NADA. En un intento por entrar con una de nuestras visitantes durante esta primavera que está a punto de terminar, fuimos a la aventura y adquirimos tres de dichas entradas. El resultado fue que pasamos de pie gran parte de la función, pues queríamos enterarnos de lo que pasaba en el escenario, sin embargo, no puedo negar que bajo esa obra de Chagall que cubre la sala de espectáculos diseñada por Garnier, mi corazón latía con ganas de salirse del pecho. Una emoción indescriptible. Una magia única… muy parecida a la primera vez que entré al Palacio de Bellas Artes en mi ciudad natal, solamente que con mayor conciencia del tiempo y el espacio que estaba ocupando. A nadie importó no tener el mejor lugar de la sala ni que se tratara de una obra que para nosotros era totalmente desconocida, lo importante era la memoria que estábamos dejando en nuestras almas. La próxima vez trataré de conseguir mejores lugares. Deberé estar pendiente del momento en que pongan a la venta los boletos y tal vez romper el cochinito de los ahorros para obtener uno de esos asientos desde los que se puede disfrutar del escenario completo.