Lo que debes saber antes de trabajar como ayudante de cocina

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La alarma de mi despertador sonó. Brinqué de la cama y me di un regaderazo. Arreglé un poco mi habitación y desayuné. ¿Quién es capaz de comenzar el día con el estómago vacío? Yo no puedo y no lo haré. Así pues, desayuné un poco de pan con mermelada casera y una taza de café. Por fortuna, el autobús número 52 con destino al Palacio de la Ópera paraba a justo media cuadra de casa y me dejaría a unos 50 metros de distancia de la puerta del restaurante.

Llegué unos 10 minutos antes de las 8:00 de la mañana. La entrada, así como el patio, estaban completamente desiertos. Pensé que era tarde, sin embargo, la puerta que daba a la cocina y a los vestidores aún estaba cerrada con llave. Así pues, esperé.

No mucho tiempo después, todos comenzaron a llegar. El chef fue el último. Nos saludó de mano uno por uno y por fin abrieron la puerta. Entramos y el día comenzó.

Fui asignada a la sección encargada de preparar las guarniciones. El chef de partida me dio mi primera tarea. Creí que nunca la terminaría. Debía pelar una caja con 5 kilos de champiñones tipo rebozuelo. Sin más ni más, me puse a trabajar. Hice todo lo que me pedían, pero la ch#!%&da caja de champiñones parecía infinita, y aún cuando pensé que me tomaría una eternidad, con la ayuda de algunos buenos samaritanos que vinieron a mi rescate se acabaron. Creo que sólo estaban cansados de ver que aún no terminaba.

Pica aquí, corta allá, barre, limpia y trapea. Esa fue mi actividad diaria durante los siguientes días. Poco a poco comencé a aprender cómo deseaban que las cosas fueran preparadas. Quiero pensar que estaba haciendo correctamente mis tareas, pues me permitieron trabajar con distintos productos, pero también me apropié de algunas tareas que comenzaron a volverse parte de mis responsabilidades diarias.

Durante la hora del servicio, yo no debía interferir. Mi trabajo era quedarme en la parte de atrás a cargo de las pequeñas tareas que eran necesarias para el servicio de la noche -el cual yo no cubría. Y como en cualquier otro trabajo, a veces podía irme a casa más temprano que otras. No obstante, mi cuerpo me recordaba cada noche que ya no tenía 20 años y que éste no era como ningún otro trabajo antes realizado. No tenía idea cuán físicamente demandante sería.

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