Lavé muy bien las chilacas y las sequé.
Luego las puse en una sartén y las puse a asar hasta tostarlas por todos sus costados. Tradicionalmente en México usamos un comal, pero se puede hacer en una sartén sin problema. Según fueron estando listas, las puse en una bolsa de plástico para que sudaran y poderles quitar la piel más fácilmente -hace mucho aprendí que esta etapa era la más importante cuando se asan los chiles como lo hacemos en México. Luego, les quité la piel, los abrí y les quité las semillas.
Una vez las chilacas estuvieron limpias y listas, las puse en un platón y las rellené con rebanadas de mozzarella fresco.
Posteriormente trabajé la salsa de tomate. Para ello, añadí el (ji)tomate, la cebolla y el ajo a la licuadora y molí todo.
Añadí un poco de aceite a la olla y puse a saltar la salsa. Sé que suena extraño, pero así es. Añadí luego la pasta de tomate para quitar la acidez que pudieran tener los (ji)tomates y sazoné con sal y pimienta. Se dejan entonces hervir suavemente unos 10 minutos. Verás que la salsa cambia de color, lo que indicará que el tomate está cocinándose. Pruébala y rectifica la sazón si es necesario.
Al servir, calenté las chilacas para que se derritiera el queso. Para lograrlo, solamente precalienta tu horno a 350 °F ó 180 °C y espera que se derrita el queso. Tomará unos 10 minutos máximo.
Una vez servidos al plato, puse la salsa por encima de las chilacas individualmente. Por supuesto que hicimos unas tortillas caseras para acompañar.