Reinventar la vida es aprender, reaprender, reconstruir y construir

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Un día las perlas se volvieron lágrimas y la tristeza y soledad invadieron mi ser, lo que hacía inimaginable pensar en rehacer mi vida al lado de alguien más, arriesgar mi corazón y dejar salir el más puro sentimiento que un ser humano puede dar a otro: El amor.

Dicen que cada quién habla según le va en la feria. En mi caso, cuando la balanza dejó de inclinarse a mi favor decidí salir y trabajar en una reconstrucción, en reinventarme y reencontrarme para volver a empezar desde las cenizas de la misma manera que un Ave Fénix. Cada uno de los muros que había que vencer eran enormes -bueno, eso digo yo- y requirieron años de trabajo interno constante así como tiempo de calidad para ordenar mi vida.

Luego Dios llegó y mandó a un ángel disfrazado de cupido y me puso frente a mí a un ser humano maravilloso y admirable, con todo lo que cualquier mujer puede querer en un hombre: Que sea brillante, con buenos sentimientos y con hambre de éxito personal y profesional… e igual que yo; con un pasado y sin ganas de arriesgar ni encontrarse en zona de vulnerabilidad emocional. Pero pues si quieres ver a Dios reír cuéntale tus planes nada más ¿o qué no? Pues sí, así fue. Un día el corazón se involucró, el primer pensamiento del día viajó en su dirección, el corazón empezó a sentir que brincaba de una nube a otra y la panza recibió con gusto las mariposas.

El sentimiento ha crecido y la relación madurado poco a poco. Me enamoré de un gran hombre, pero también del equipaje de su pasado: Sus hijos. Y por mucho tiempo pedí a ese mismo Dios que me ha guiado para llegar hasta aquí que me diera una oportunidad para demostrar mi gran capacidad de amar a través de esos hijos que no son míos, pero de los que me enamoré a través de su padre, a través de sus aventuras, a través de sus historias.

Y esta Navidad Dios, San Nicolás, Santa Claus y Los Santos Reyes unieron esfuerzos y escucharon mis plegarias para regalarme un verdadero milagro: La mirada de un padre enamorado de sus hijos, de una sonrisa incesante y agradecida con el Creador por tener la oportunidad de compartir con esas piezas esenciales de su alma su vida aquí en esta Ciudad Luz que vivimos y compartimos a diario él y yo. El clima ha sido maravilloso. No puedo creer que París tiene sol la última semana del año, que no le llueve, que no está gris. ¿A poco es tanto el brillo de nuestras almas y la felicidad que tenemos en el corazón que hemos iluminado así la ciudad 4 seres humanos? Puedo jurar y no en vano que no nada más no hemos tenido temperaturas negativas, sino que llegan a los dos dígitos, haciendo la ciudad deliciosa y apetecible.

Pero como todo en esta vida, encontramos un negrito en el arroz: El inicio fue atropellado, doloroso y hasta nos sentimos ahogarnos y probablemente era nada más un vaso medio lleno. Evidentemente, no puedo hablar por los sentimientos y pensamientos de las otras tres personas con las que estoy compartiendo esta experiencia, así que aquí y ahora desnudaré mi alma una vez más.

¡CARAJO! Es que nadie me advirtió lo que yo debí haber sabido. Mis miedos y mi propia historia vendrían de cacería. En menos de cuatro días he ido de la locura a la paz, del llanto incesante al diálogo y hasta el intercambio de sonrisas. Así, poquito a poco, como los pasos que va dando un niño cuando aprende a caminar; tambaleantes e inseguros, pero buscando afianzarse.

Empezó como un sueño una Navidad en 2009, se volvió realidad más adelante para comenzar a desear y soñar juntos. Los sentimientos confundidos intentaron volverlo una pesadilla y el trabajo de cada uno de nosotros está matizando cada momento. Yo, en lo particular sólo puedo decir que espero con ansia el sueño siga adelante, que crezca de nuevo y que dure mucho, mucho tiempo.

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