Yo soy de la firme creencia que el ser humano está en constante cambio, pues gracias al aprendizaje es que podemos evolucionar, podemos actuar diferente a partir del análisis de los errores cometidos anteriormente. Así, hace algunas semanas fui a tomar una copa de vino con Marie. Ella es una inglesa instalada en París, pero nunca le he preguntado qué la trajo aquí. Nos conocimos porque fui su clienta. Ella estaba a cargo de conseguirme algunos documentos para mi proceso migratorio. Ahora que ha dejado de trabajar para el despacho contratado nos hemos reunido en un par de ocasiones y la última vez que nos vimos en algún punto de la conversación hablamos de los “antes” y los “después”.
No es difícil darnos cuenta que hemos evolucionado con el paso de los años, pero normalmente nos damos cuenta de ello cuando ya ha pasado el tiempo. Cada hito en la vida nos transforma, y aunque las recompensas son bien agradecidas tras el paso de caminos sinuosos, hace falta no olvidar de dónde venimos, a dónde queremos llegar y cuál es nuestra esencia.
Así, Marie y yo estábamos de acuerdo en que esta ciudad nos ha cambiado, nos ha hecho crecer, nos ha dado sus dosis de realidad en distintos aspectos que sin duda alguna ha tenido sus efectos en nosotras. Cierto es que la experiencia de vivir en sitios distintos a los que hemos nacido nos moldea en nuestra adaptabilidad y nos vuelve competentes en un idioma distinto al materno e incluso, si se lo permitimos al entorno nos convierte en seres humanos más humildes y con mayor disposición a aprender. Por lo menos ese ha sido el resultado en mi. Por ejemplo: Tras casi tres años de haber dejado esa gran Ciudad de México a la que amo, pero que también puedo llegar a detestar desde lo más profundo de mi ser, me encuentro transformada en temas de lo más banal hasta lo más profundo, es decir, ahora sé que el quehacer en el hogar verdaderamente nunca se termina, aprovecho y atesoro cada momento que tengo para mí y para mis actividades de recreo como la lectura, la fotografía y la producción escrita, pero que también me ha enseñado de sencillez y humildad, mucha humildad. He aprendido a comunicarme no solo en otro idioma -aunque ya lo conocía desde antes de instalarme en la Ciudad del Amor- sino a expresarme mejor y con mayor claridad con mis semejantes. Claro está que estos ejemplos son de lo más sencillo, que mi “después” va hasta lo más profundo de mi ser, que incluye prácticamente todo aspecto en mi y que me ha ido modificando poco a poco, pero si pudiera resumirlo en una sola palabra, debo aceptar que lo que he recibido de esta ciudad por sobre todo es: TOLERANCIA… y un sentimiento especial por la Francia.