Volviendo a romper las puntas

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Grand saut, écartés, assemblé soutenu, piqué, rond de jambe, dégagé, plié, saut de chat, glissade, pirouette en dehors et en dedans… sí, todos resonaban en mi mente, pero mis piernas, brazos y cabeza hacían que pareciera yo gallina descabezada en el corral, ni más, ni menos, a pesar de que yo quería parecer Odette en El Lago de los Cisnes y tener la habilidad del clásico Pas de quatre del mismo ballet.

Como pudo quedar evidente en mi texto del pasado mes de julio “Del día que me dolieron hasta las uñas de los pies“, la danza fue parte importante de mis años formativos y mis pretensiones para el otoño era que volviere a serlo. Ahora bien, el que tomara su lugar de honor fue fácil, ahora que saber dónde iba cada parte del cuerpo en cada ejercicio, esa, sería una historia completamente diferente; ni siquiera yo me sorprendí por haber tenido problemas de coordinación y ejecución desde la barra. Ya para la hora del adage y las variaciones lo más sensato hubiera sido sentarme y ser espectadora. Pero, mi terquedad ganó. Afortunadamente, y justo como la octogenaria profesora dijo, todo ha ido regresando paulatinamente y con la práctica cotidiana voy tomando control de los giros, las extremidades y para estos momentos ya casi siempre logro ir acompañando a la música y no correteándola como al inicio del verano.

Esperando mi turno en la boutique Repetto en 22, rue de la Paix

Ahora, además de seguir progresando para aspirar a parecer esa estrella de la Ópera de París o del Royal Ballet que algún día pude haber soñado ser, la segunda parte del reto llegó. La que más esperé y a la vez más temía no sólo poder, sino atreverme a llevar a cabo. No hay bailarina que no flote, y para flotar hay que volver a comenzar. El fortalecimiento comenzó el día uno, cuando sudé la gota gorda y sentía no poder más. Continúa con mi trabajo diario. Así pues, emprendí camino a la mítica tienda Repetto ubicada en 22, Rue de la Paix cuyo departamento dedicado a la danza clásica cuenta con profesionales que a esta amateur parecía irreal. Con una barra y una chica que me pedía hacer un dégagé à la seconde al tiempo que me preguntaba por mi talla de calzado y el tipo de horma que buscaba para ofrecerme la zapatilla más adecuada para mi confort, en cosa de 15 minutos y con bolsa en mano salí muy orgullosa de mi compra. Era momento de sentarme a coser con delicadeza resortes y cintas de satén para luego romper las puntas cuidadosamente y flotar, esperando con mucho menos dolor que el que recordaba haber sufrido en la adolescencia.

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