De la soledad y los viajes de negocios

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El proceso de adaptación a este nuevo entorno ha sido mucho más difícil de lo que parece, de lo que se creía y de lo que nos atrevimos a imaginar. Alguien por ahí me reiteró en algún momento que en efecto el sacrificio valía la pena, que el riesgo era comparable con los réditos que podrían adquirirse. Pero ¿y si todo falla? Me quedo con el ya famoso “ay disculpe usted” y me regreso para esa mi gran Ciudad de México. ¿Qué pasa si un día entristecemos tanto que nos olvidamos de nosotros mismos como seres humanos? Ya no digamos si nos olvidamos de nuestra contraparte que al día de hoy nos ha alimentado el espíritu. ¡Qué miedo!

A mí en lo particular me patea en el hígado sentirme sola. Puedo sacar una gran serie de mamarrachadas como la huella de abandono y las dificultades de la infancia; todo eso que como dice Guillermo: “Es cosa de las mujeres mayores de 30 años”. No lo sé, parece ser que sí, pues más joven ni siquiera me importaba, pero creo que es por falta de conciencia y de madurez, no porque lo descubramos a partir los treinta. Sin embargo, me repatea sentirme sola. Me hace llorar como una niña de seis años, así de sencillo. Reintentarlo y volver a darle una oportunidad al corazón significa ser capaz de aprender, crecer e intentar no cometer de nuevo los mismos errores. Hace unos años ni siquiera me gustaba ir al supermercado sola. Para muchos puede resultar la estupidez más grande, pero pues así era. El tiempo y mis circunstancias me obligaron a acostumbrarme a estar sola mucho tiempo y hasta a aprender a disfrutar de esa soledad, de extrañar esos momentos de silencio para mí y aquilatarlos cuando era capaz de volverlos a tener.

Yo opino que la vida le trae a uno las experiencias que son necesarias y la gente que te enseña tanto bueno como malo para poder seguir adelante. Lo que uno debe hacer es tener la apertura en mente, en espíritu y en inteligencia para escuchar cada uno de los aprendizajes. En ese tenor, intento tener mis cinco sentidos en modo de captación casi en todo momento y hago énfasis en el casi, pues es imposible no flaquear. Así, cuando llegamos a este París romántico, histórico, cosmopolita, global, etc. etc. etc… sabíamos que en algún momento llegarían los momentos de soledad, en los que querríamos correr a que nos abrazaran amigos y familiares y sería imposible. Yo además, tenía clarísimo que en algún momento llegarían los viajes de negocios y claro, pensé que me la pasaría súper divertida. Pero ¿qué creen? Pues que los viajes llegaron como balde de agua fría en plena entrada del invierno y NO, no fueron NADA, NADITA divertidos. Todo lo contrario, agudizaron el sentimiento de tristeza, soledad y frío.

No conforme con que me hacían falta posadas, ponche, piñatas, reflexiones de adviento, familia, amigos y fiestas acompañadas de bailongo, tenía que sumarle que estaría sola durante tres semanas, que uno de los viajes era a México y que con suerte Guillermo regresaría con el tiempo justo para cenar conmigo el 24 de diciembre. Tristeza, enojo, celos, soledad… sí, eso fue todo lo que sentí. Era el harapo de la depresión en un ser humano. Lo peor del caso es que no había ni siquiera con quién pelear, pues estoy segura que no habría sido capaz de nada más. Hoy, ya que la tormenta sentimental pasó, soy capaz de verlo en retrospección y aprender una vez más y recuperar la sonrisa y el sentimiento que me trajo hasta aquí.

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