La primera semana de clases parecía ser que uno de los retos más importantes sería levantarme a buena hora para llegar a clase. Para mitigar el riesgo de quedarme dormida he decidido dormirme a la hora que mi madre me habría mandado a la cama cuando iba en la secundaria; bien, exagero, pero es cierto que trato de dormir a más tardar a las 10:30 de la noche. Así, por lo menos hasta el día de hoy no ha habido sustos matutinos. Esperemos así siga.
Tras las clases de orientación, higiene y demás temas que si bien son igualmente importantes que las prácticas frente a las hornillas, aún estaba yo tranquila y no me sentía todavía bajo presión. Quería leer todo el material electrónico que me entregaron en una memoria USB y hasta planeaba leer por completo el libro de consulta. Aún espero lograrlo antes de que tenga que estudiar para el examen final, jajajaja!
Atónita por las biografías de los chefs que estarían a cargo de mi formación llegué a mi primera demostración. Tocó estar con un hombre de baja estatura, que parecía ser muy gentil porque hasta echaba alguna bromilla por aquí y por allá, pero cuyo paso por el Palacio del Elíseo y el haber cocinado para la mismísima reina de Inglaterra me sonaba bastante serio. Él nos enseñó, con toda paciencia, todas y cada una de las formas posibles para cortar, rebanar, picar y hasta tornear las verduras.
Con toda honestidad me sonaba y parecía sencillo, él lo hacía en un abrir y cerrar de ojos… hasta que me tocó tener en mi mano el cuchillo por el mango. Había que estar derecho, bien plantado, fijar la tabla de picar, sacar el trabajo correctamente y encima no cortarse con tremendos filos. Por primera vez sentí miedo de rebanarme un dedo, porque ¿sabía usted señor lector que un dedo generalmente no se puede pegar de vuelta? ¡Ay, qué susto! Y obviamente, ¡zaz! que me corto. Pero que no cunda el pánico que solo fue un poquito. A decir verdad, dolió más el orgullo por haber sido la primera en derramar una gota de sangre que otra cosa. Al día de hoy mis “brunoises” siguen estando muy grandes, mis “julianas” muy gruesas y las papas ni son todas del mismo tamaño ni tienen 7 caras, pero ahí va la cosa. Seguiré practicando el fin de semana; suerte que ya es viernes y mañana es el primer sábado que no tengo clases.
Ahora, corro a la última clase de la semana y no dejo evidencia fotográfica porque simple y llanamente no cuento con ella.
¡Buen fin de semana!