El chofer del bus 87

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No es extraño para nadie si hablo que fui víctima de abuso por parte de algún chofer, sobre todo si éste es de taxi. Sin embargo, las líneas del día de hoy son completamente contrarias.

Dicen, no lo sé, que un verdadero parisino no se mueve en metro sino en autobús. En lo particular, pienso que uno usa el medio de transporte que le conviene según el trayecto. Lo que sí noto es que las señoras con carriola y los viejos con menor capacidad móvil sí se encuentran entre los principales usuarios de los autobuses, principalmente por ser de más fácil acceso. Hay quienes incluso opinan que el desplazarse así es más complicado y que toma más tiempo.

Al respecto puedo afirmar que en efecto me tomó algún tiempo entender el mecanismo, pues las rutas no son precisamente iguales de ida que de venida y ubicar entonces las paradas a veces puede resultar en una odisea por sí misma y puede uno acabar en el carro inadecuado, en especial si tomamos en cuenta que en mi tierra esto de andar en transporte público es mucho menos ordenado por lo general.

En fin, mucha explicación. Así pues, hace algunos días tenía un listado de tareas prácticamente interminables y que debía aprovechar para hacer gracias al tiempo libre del que disponía durante el breve receso escolar. Realicé entonces un plan de acción para terminar con mis pendientes en el menor tiempo que fuera posible invertir, sobre todo porque habría que desplazarse por todos sitios. Evidentemente, había unas que sería más  conveniente hacer en metro y otras que convenía más por autobús. Por esta razón, me vi obligada a buscar una ruta nunca antes recorrida, la del bus 87. Ésta tiene como punto de partida la estación ubicada a un costado del Campo Marte, ahí en la mismísima Torre Eiffel. Y aunque el área no es para nada desconocida, al salir de hacer mis trámites bancarios no estaba segura de hacia dónde me dirigía.  Decidí apresurar un poco el paso una vez que identifiqué que  la parada a la que pretendía dirigirme era la correcta para abordar el carro que me llevaría a mi siguiente parada. De repente, salió un chofer con una nada común sonrisa que se volteó a tranquilizarme asegurándome tener suficiente tiempo para acercarme y abordar el bus; que éste no partiría de inmediato ni sin mi. Yo sonreí, pero la verdad no entendí nada; el tipo me ofreció una botella de agua. ¿Acaso era un sueño… o una broma del día de los inocentes? Noooo, el tipo era real, y a todos los pasajeros los recibía entre sonrisas y bromas. Para este momento yo solamente quería leer mi pantallita de vidrio que me acompaña a todos lados, pero era imposible. El tipo distraía. Una señora me preguntó si sabía yo de qué lado pegaría el sol. Le contesté que no sabía, que era mi primera vez en la ruta. El chofer contestó a la distancia que era una de las más bellas de la capital. Creí que ya lo habría visto todo, jajajaja!

El camino inició y la calurosa bienvenida a los pasajeros continuó sin cesar. Unas cuantas paradas y soné el timbre para descender, pues estábamos por llegar a mi destino. Se detuvo, abrió la puerta y me bajé. Por el retrovisor se despidió de mi. Le contesté. Al querer yo cruzar la calle me cedió el paso, se asomó por la ventanilla y me deseó un buen día. Hice lo mismo en reciprocidad. Me arrancó una sonrisa. No cabe duda, me hizo el día. Me regaló un poco de cortesía y una sonrisa. Estoy segura que pasará el tiempo y me seguiré acordando de ese agitado día, no por las diligencias a realizar, ni por el calor que ya se sentía anunciar la llegada próxima del verano, incluso ni siquiera porque terminé mis pendientes, sino porque el chofer del autobús 87 hizo la diferencia.

Cursi, sentimentaloide, cómo sea… se ganó un cachito de mi corazón.

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