De mi primera visita al Ikea

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Njut!, pronunciado ‘Niut‘ es el slogan de la tienda. Sinceramente, como no hablo sueco, no tengo idea de su significado. Lo que sí sé es lo que significa hacer no uno ni dos, sino tres viajes a dicho establecimiento para comprar muebles y enseres menores para el hogar y lo resumiré diciendo sólo que es una de esas experiencias tan fatigantes que dejan el cuerpo exhausto y el alma sin la menor intención de regresar.

Recuerdo bien que una vez encontrado el ya bien conocido en las entradas de este blog Très P’tit Château y a pesar de que estaba parcialmente equipado, así como de que se había realizado un embarque desde la Ciudad de México, siempre hacen falta cosas que uno no consideró necesarios o que simplemente hacen falta. Por ello, nos dispusimos a salir a una temprana hora de la mañana con rumbo a una de las tiendas de la ya mencionada cadena sueca. No estoy segura de ya haberlo compartido antes en estas líneas, pero el sentido de la dirección no es una de mis mayores fortalezas, así que en lugar de escoger una tienda lo menos lejos posible, creo que hice exactamente lo contrario, pues del momento que salimos del hotel a la hora que volvimos muertos de cansancio habían pasado alrededor de ocho horas.

Tomamos metro, RER y caminamos. Nos perdimos, nos encontramos y por fin llegamos a la tienda de alrededor de 10 mil kilómetros cuadrados en uno de los suburbios parisinos cercanos al aeropuerto Charles de Gaulle –Ikéa PARIS NORD. Recorrimos el piso de exhibición y seleccionamos el mobiliario para la recámara, así como la mesa y las sillas que conformarían el comedor. Lo siguiente era hacer la verificación de las existencias y la compra correspondiente de los artículos. La mitad de la misión del día había sido ya cumplida y unas cuatro horas también, así que como la aventura incluye visitar el restaurante de la tienda, nos dispusimos a comer in situ y luego a terminar la meta propuesta. Bajamos a recoger las sillas desarmadas a la bodega a la que el cliente tiene acceso. El resto se solicitó para entrega a domicilio directamente al momento de preguntar al dependiente encargado del mueble buscado por las existencias del mismo. Pasamos a la caja y tras una hora de fila logramos liquidar nuestras compras. Ahora venía la parte mas entretenida, o pensándolo bien debo decir la parte más engorrosa, pues hubo que esperar unos 90 minutos aproximadamente para hacer entrega de las famosas sillas al servicio de mensajería. Finalmente, por ahí de las 8:00 de la noche estábamos de vuelta en la habitación de hotel que nos alojaba en ese momento.

Las siguientes aventuras en Ikea fueron más amigables, y hasta con inversiones de tiempo inferiores al primer intento, pero en realidad me parece se debe a que estábamos psicológicamente mejor preparados para la travesía y a que encontramos ubicaciones más convenientes; más cercanas.

Ganas no me quedan en lo más mínimo de regresar a estos establecimientos en un muy buen rato,  pero no niego que es un modelo de negocios funciona maravillosamente en estas tierras, pues lo que se ofrece al consumidor es de una calidad conveniente, con bastante buen diseño, del tamaño adecuado para aprovechar cada pequeñísimo espacio que tiene el sitio a amueblar y decorar con la mayor funcionalidad posible y a un costo adecuado para Europa, aunque para mis latinoamericanos orígenes puede resultar hasta impagable.

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