Del día que entendí que no sabía absolutamente nada de cocina mexicana

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Muy orgullosa y con mi diploma bajo el brazo, era momento de tomar el avión de nuevo y recorrer los casi 10 mil kilómetros para volver a mi tierra. La aventura de expatriación había terminado, así como los estudios; por lo menos por ahora, pues aunque podía ser ya considerada una cocinera profesional, aún me quedaba pendiente recorrer dos terceras partes del andar del pastelero. Así pues, me prometí volver a tierras galas para seguir los estudios correspondientes a final del año, sin embargo, entretanto, era momento de volverme a instalar en la enorme Ciudad de México.

Llegué y tocó deshacer una decena de maletas. Sí, señores, regresé con el doble de maletas que con las que me fui… pero pues así pasa, ¿no? Y si no, pues así me pasó a mi, y en mi defensa solo puedo decir que es porque regresé con una nueva profesión que me demandó adquirir instrumentos y uniformes que decidí traerme yo misma en el avión en lugar de mandarlos embalados en la mudanza.

Venía ansiosa de preparar de todo y para todos, pero sobre todo, tenía ganas de reconectarme con mi deliciosa cocina mexicana. Ya no habría que hacer tortillas cada vez que quisiéramos unos tacos. Y claro, todos se reían al saber que en realidad mis primeros pasos en la cocina mexicana los había dado en la tierra de Napoleón. Explicar lo que pasó en las siguientes semanas me resulta difícil, pues mis antojos demandaban que yo quisiera preparar en casa una Tartiflette con queso Reblochon en lugar de tacos dorados de pollo. Esos quería yo irlos a comer fuera. Lo analicé y amén de darme cuenta cómo me había cambiado Francia como persona, también me di cuenta que lo que se me antojaba era lo que yo sabía hacer; que la comida mexicana que yo preparaba no era otra cosa que lo que servía mi mamá y ella cocinaba sin picante, sin puerco y sin grasa…

Era increíble que yo no supiera la diferencia entre un chile ancho y uno colorado. Pero era mi realidad. Tocaba agachar la cabeza, ser humilde y buscar aprenderlo, pero ¿dónde y con quién? Una total incógnita en ese momento que tocaba resolver si mi interés era educarme en lo correspondiente a moles, adobos y demás delicias que habría yo de ir descubriendo en los próximos meses aún cuando en ocasiones los comía gustosa.

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