¿Dónde encontrar los mejores tamales del mundo?

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Tamales… son probablemente el platillo más antiguo de la cocina mexicana. Los hay en todos y cada uno de los rincones del territorio nacional, de dulce, de chile y de manteca dice por ahí el dicho mexicano, ¿qué no? Los comemos todos los que nos jactamos de tener sangre azteca en las venas. Ahora bien, si uno entra a cualquier buscador en Internet y teclea ‘Tamales Doña Emi’ se topa con un sinnúmero de reseñas en Yelp, TripAdvisor, blogs como éste, en fin, no es para nada difícil encontrarlos. Además, la gran mayoría de los comentarios que se pueden leer son tremendamente positivos. A prácticamente todos les parecen simplemente MA-RA-VI-LLO-SOS, y yo no puedo mas que coincidir. Ante mis ojos son espectaculares, siempre lo han sido.

Cada que voy a mi natal Ciudad de México tengo en mi lista de paradas obligadas comer al menos un par de estos envueltitos de maíz o me hago un espacio para desayunarlos en casa con papá. Yo no soy muy fanática de los de dulce, pero los verdes y los de rajas con queso me vuelven loca. En mi última visita, doña Carmen me convenció de probar los de higo con queso crema, uff, ¡qué delicia! Y es que son tan esponjositos que uno podría describirlo como comer un pedacito de nube.

Mi historia con este negocio que algunos llaman ‘los mejores tamales de la colonia Roma’ o ‘la dinastía del tamal’ es menos periodística, pero mucho más cercana al corazón. Y de hecho no tengo idea por qué no me había sentado a escribir esta entrada si a todo el mundo se la ando contando.

Tamal de rajas con queso: Mi preferido

El negocio hoy está sobre la calle de Jalapa a una cuadra de donde originalmente estaban a un costado del Club Deportivo Hacienda si no me equivoco; mi papá estudió en la escuela primaria que se encuentra ahí justo en frente del local; la Benito Juárez, razón por la cual, mi abuelita conocía muy bien a Doña Emi, pues vivía a unas cuantas cuadras sobre la calle de Toluca y con frecuencia pasaba y se compraba su tamal con su vasito de atole de guayaba. Cuando mi papá dejó de ser únicamente estudiante, a veces se topaba en la mañana con Doña Emi, ésto cuenta mi papá le apenaba mucho a él, pues ya iba muy arregladito de traje y corbata camino al trabajo y ésta no dudaba en regalarle su ‘tamalito’ con el afán de que el muchacho no se fuera con el estómago vacío a la oficina, sin embargo, con el paso de los años, don Luis, como ahora le llaman a papá, siguió regresando una y otra vez a comprar tamales a Doña Emi y más adelante a su hija y ahora a doña Carmen, su nieta. Primero iba solo, luego con mi mamá y cuando nacimos mi hermana y yo los comenzó a llevar a casa. Se levantaba tempranito el sábado, iba por ellos, y para cuando yo me despertaba la casa entera olía a tamalitos recién sacados de la vaporera. Un agasajo.

En aquellos años yo no debo haber tenido más de 5 ó 6 años, así que mi visión del mundo era a través de lo que mis padres me enseñaban única y exclusivamente, por lo tanto, yo creía que eran los únicos tamales en la superficie de la Tierra. Fui creciendo y aprendí que no son los únicos, pero siempre me han parecido los mejores. Fui por primera vez al comercio ya de adolescente acompañando a papá justamente un 2 de febrero para celebrar en casa y en familia La Candelaria; infaltable en nuestra mesa.

El negocio de Doña Emi para mí ha sido una constante en mi vida, incluso a pesar de haber dejado de vivir en México hace ya varios años, pues siempre ha sido mi referente al hablar de tamales. Más aún, han sido un gran ejemplo de lucha y constancia. Así que si no es este 2 febrero, en cualquier otra fecha visiten este sitio; no se arrepentirán.

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