Como botón de “Fast Forward” hasta el Midsummer de 2014

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Bueno, esto del verano ya se extendió y aún no llego a mi relato de este año, pero me había dado cuenta que me había yo privado de compartir tan increíble ruta del 2012. Por ello, ahora avanzaré rápidamente por el 2013. Hace poco más de un año en mi entrada de Veraneando en el Valle de la Loira hice una crónica bastante resumida del recorrido, pero quedo satisfecha con lo dicho, así que prefiero avanzar con rapidez la película hasta el periodo vacacional de hace un par de meses. No puedo negar que una vez que llega el sexto mes del calendario gregoriano, la ciudad se comienza a sentir distinta. Todos hablan de los planes estivales, a dónde irán, qué visitarán y cuánto tiempo estarán en las nuevas tierras por descubrir, pues la gran mayoría de los parisinos tanto de nacimiento como por adopción, intentamos agarrar las maletas y escaparnos unos cuántos días -de perdida-, pues las temperaturas son altas y el factor de humedad no ayuda en nada y, sobra decir, que como el calor aquí no dura mucho, hasta el día de hoy no conozco apartamento o casa-habitación que tenga aire acondicionado, la climatización es un gran lujo que solamente se da en los comercios para alargar tanto como sea posible la visita del cliente.

Y pues no puedo negar que uno se contagia. Así que la agenda comienza a llenarse de actividades, visitas y exposiciones por doquier que uno no quiere perderse. Y este año todo comenzó con bombo y platillo, pues aún antes de la Fiesta de la Música del 21 de junio el proceso de veranificación llegó a nuestro Très Petit Château. Este año prometía ser el más especial de todos. Hubo que revisar una y otra vez calendarios, programas de trabajo y escolares, destinos, transporte, hospedaje, etc. etc. etcétera. Creo que pasamos semanas haciendo bosquejos, pero finalmente todo quedó listo y nuevamente habíamos de darnos cita en la sala de llegadas del Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle de la Ciudad de París y esta vez mostrar cuán diferente podía ser la Ciudad Luz cuando ésta tiene algo más que lluvia y frío.

Pero, regresemos al día del solsticio de verano. Aquí, como en el resto del hemisferio norte es la fecha en la que el día nos dura más -claro que hay en sitios en los que la diferencia es cuasi imperceptible-, el sol anuncia su llegada al no dejarnos dormir más de la cuenta y nosotros nos vestimos de minifalda, gafas y sombreros, y la música invade las calles.

Repitiendo de nuevo este ir y venir en la línea del tiempo con el que he estado jugando desde el fin de semana pasado y recordando lo que ahora ya forma parte de mi historia europea, no puedo dejar de detenerme y “regresar” la cinta un instante hasta la primera Fiesta de la Música, en la que sin saber exactamente lo que nos esperaba nos subimos al metro y llegamos al foyer del Museo de Louvre y ahí, bajo la pirámide de cristal nos sentamos en el piso cuales escolapios, como hubiera dicho mi madre, esperando el bien de dios envuelto en una tortilla, aunque en realidad escucharíamos a la Orquesta de París dar un concierto con el que aunque yo quedé bastante satisfecha, al músico que me llevaba de su brazo le pareció no haber estado a la altura, que el director era quien había trabajado mejor y más nada. Su comentario me desilusionó por un momento, aunque así quedaría guardado en la memoria. Un año después, el festejo fue un desastre total, pues salimos tarde de casa y no logramos asistir a los conciertos que nos llamaban la atención, por lo que volvimos a nuestros aposentos sin éxito alguno y hasta mojados por la lluvia; el sol había sido, desde mi perspectiva, el gran ausente en su propia fiesta. Afortunadamente, en este 2014 caía en sábado y no había poder humano que pudiera hacer que no disfrutáramos del inicio de la mejor temporada del año por estas tierras, y mejor aún, iríamos a escuchar a una querida y joven amiga cantar. Disfrutamos con ella, su mamá y unos amigos que estaban de visita en la ciudad desde el país del Tío Sam. Anduvimos en la calle hasta que el cansancio nos venció, incluso aún antes de que cayera la noche. Irónico, pero muy divertido.

A la siguiente semana se celebró el Midsummer, un festejo que para este par de súbditos del rey Huitzilopochtli era la primera vez que vivíamos. Nos invitaron a tremendo fiestón en el jardín de un castillo privado. Yo, honestamente, no sabía ni qué ponerme, pues no quería ser una facha y tampoco parecer Paris Hilton en la Semana de la Moda, así que seleccioné cautelosamente mi vestido y decidí dejar el sombrero en el armario. Al fin y al cabo no iba a Ascott, aunque tampoco creo, hoy, que hubiera estado mal llevarlo. El lugar es un sueño, la fiesta estuvo divina y lo mejor aún, incluso en tremendo pachangón, los franceses se dejaron llevar por la pasión del balompié que invadía al planeta gracias a la Copa del Mundo. Y aún cuando yo no soy fanática del fútbol en lo más mínimo, he de ser sensata y aceptar que dicho torneo voltea al planeta de cabeza y a la fanaticada nos enferma de su disciplina durante todo un mes, pero de eso hablaré mañana.

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