No soy vegana, pero tampoco me gusta cocinar animales vivos

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Era obvio que en cualquier momento de la formación llegaría el momento de enfrentarme a alguna pequeña bestia del reino animal. Y no lo digo de manera despectiva, tampoco soy ni pretendo ser vegetariana ni mucho menos vegana en el futuro cercano, así que vivos o muertos, era evidente que nos cruzaríamos frente a las hornillas. Es cuestión de la cadena alimenticia, creo yo.

Y fue más temprano que tarde, pues apenas en la segunda demostración el Chef Vaca con gran destreza sacó los dos filetes de limanda que me obligaron a practicar durante el fin de semana porque sentí no ser capaz de lograrlo. Dos y medio meses después sé que no era tan difícil como parecía.

Durante la siguiente clase, el Chef Poupard  me presentó un pollo CON TODO Y CABEZA al que me vi en la penosa necesidad de sacarle hasta los pulmones. Debo decir que hoy todavía tengo que practicar cómo se ata un ave de corral.

Pero cuando sí grité como niña de 5 años que se acababa de encontrar un bicho en su recámara fue cuando en la práctica número 7 me tocó freír pequeños cangrejitos y hacerlos bisque. El platillo quedó para chuparse los dedos, pero el proceso no sé para quién fue más doloroso, si para ellos que murieron al freírlos en aceite de oliva o para mí que los tuve que lavar vivos, freír y luego apachurrar con un mazo… creo que todavía hago muecas de pensar en repetir el platillo en casa.

Claramente no es lo mismo ir al mercado y comprar 4 filetes de pescado, ir a un restaurante durante unas vacaciones en Martha’s Vineyard y pedir una langosta “viva”, o recibir los crustáceos en un empaque en el que están adormilados y preparar la ensalada que acompaña al aguacate apachurrado que alguien osó llamar guacamole y del cual mejor hablamos en la próxima entrega porque creo que aún no me sobrepongo ni del encuentro cercano con las pinzas de los cangrejos ni del pseudo guacamole batido con el globo, ¡jajajaja!

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