Un pequeño paso, pero mi propio gran salto

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Desde los 8 años de edad encontré mi lugar especial en la cocina de la casa. Hasta el pasado diciembre fui una cocinera de casa apasionada del buen comer y de preparar cosas ricas para los míos, deleitarnos, compartirlos con nuestras visitas y para adornar nuestra mesa ,pero sobre todo para mí, para entretenerme, para relajarme. Era yo una expatriada que debió encontrar la manera en la que fuera posible recrear los sabores de nuestra lejana tierra que tanto extrañábamos y aprender a combinarlos con los nuevos.

En primer lugar, aprendí a preparar tortillas, pues antes solo hacía falta ir a comprarlas. Luego, busqué recetas para prepararnos cosas específicas como pan de muerto para el 2 de noviembre, Rosca de Reyes para el 6 de enero, o tamales para el 2 febrero para festejar la Candelaria. Por último, me lancé a hacer preparaciones de nuestros nuevos rededores y preparé una Quiche Lorraine según la receta de la señora Guyon (Mamie Gigi, para los nietos y madre de nuestro querido amigo Stéphane), así como una gran cacerola de Bœuf Bourguignon según las instrucciones del recetario del gran chef francés, el Sr. Paul Bocuse. Fue entonces cuando me di cuenta que estaba viviendo en la Meca de la gastronomía mundial y entonces tomé la decisión de perseguir un sueño de infancia que había ignorado ya por más de 20 años.

El inicio fue hace ya más de 8 meses y no encuentro palabras que puedan describir de la mejor manera posible mi paso por las cocinas del instituto Le Cordon Bleu más que una aventura en sí misma. Yo creía que vendría a aprender la cocina francesa y en realidad aprendí todo de nuevo, desde cómo tomar un cuchillo de chef y cómo cuidar un producto desde que me encontré frente a esa primera limanda a la que hubo que sacarle sus filetes. Algunos meses más tarde ya era yo capaz de deshuesar un pollo entero casi sin sufrimiento alguno. Conocí productos nuevos y comprendí la diferencia entre un jugo y una salsa. Ya hacia el final de la aventura osé incluso crear preparaciones nuevas.

Y aún cuando han habido bastante adquisiciones, estoy segura que no se trata más que del inicio, que en realidad debo continuar trabajando y entrenándome para dominar todo. Es cierto que me hubiese gustado tener más entrenamiento, más aprendizaje teórico, más dirección en la forma de hacer emplatados, más horas dedicadas al aprendizaje en vinos y maridajes, pero un oficio no se aprende sólo en la escuela; hay que hacer las horas de vuelo necesarias.

La vida me trajo a París por una razón específica y al recorrer mi camino escogí seguir esta gran aventura culinaria. La diversidad de nacionalidades de los estudiantes enriquecieron las clases, pero gracias a que la gran mayoría de los Chefs Instructores son franceses y que evidentemente se aferran al savoir-faire de sus ancestros, la formación se volvió única en su clase.

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