Este texto ha tomado su tiempo para salir del horno. Inclusive ha retrasado el correspondiente al que abarca los diez días de fiesta de mi infancia que van del 10 al 20 mayo, pero no importa, ya llegare a ellos, así que por ahora comparto lo que ha invadido mis pensamiento, análisis y hasta preocupación.
Todo el mundo cree que vengo de una familia tradicional porque mis padres se casaron ante la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana y vivíamos en un entorno que la sociedad mexicana considera “normal”. Sin embargo, como toda familia, la mía también tiene su historia que junto con la educación que recibí y mi formación escolar con esas famosas monjitas españolas me forjaron para ser quien hoy soy; hasta cierto punto. Así, desde adolescente he ido tomando mis propias decisiones; algunas de ellas buenas y otras no tanto, sin embargo, cada una me ha llevado a donde estoy hoy en mente y espíritu.
En ese paso por el andar de la vida hasta mi edad actual, mis percepciones y opiniones con respecto a las enseñanzas “de la Santa Madre Iglesia” han cambiado, pues si bien, aún trato de seguir varias de sus enseñanzas, sinceramente hay otras que prefiero hacerme de la vista gorda por no decir que prefiero ignorarlas.
Creo que a mí me podrían incluir entre los llamados Generación Juan Pablo II. Cuando comencé a escribir estas líneas el tema estaba en boca de todos por la canonización de Su Santidad. Hoy, se han calmado las aguas, sin embargo, mi yo sigue en este sentir de lejanía con la institución de la Iglesia Católica. Si bien todo el mundo conoció y reprobó los hechos del señor Marcial Maciel y juzgó la tapadera de S.S. Juan Pablo II, nada ha cambiado. En México sigo viendo que la gente, a pesar de lo ‘indignada’ y lo dejo así en comillas, porque por lo menos yo no supe de familia alguna que sacara a sus hijos de las escuelas pertenecientes a la comunidad de los Legionarios de Cristo, o que dejaran de asistir a la famosa Mega Misión que organizan en Semana Santa el mismo grupo religioso, parece ser que en mi país se sigue pensando que ‘a mí eso no me va a pasar’, que ‘todo va a estar bien’… como siempre ha sido. Seamos honestos, nos gusta tapar el sol con un dedo.
En fin.
Cuando adolescente me enseñaron que la virginidad era prácticamente condicional para un matrimonio feliz, e incluso aún recuerdo casi a la perfección la serie de vídeos proyectados en la clase de Educación en la Fe que abordaba el tema de las relaciones sexuales prematrimoniales. Por el contrario, también recuerdo que hubo relaciones sexuales a edades que en lo único que debería pensarse es en pasar el examen de literatura, química o lógica cuyas consecuencias en una minoría evidentemente fueron embarazos y matrimonios adolescentes -varios incluso a escondidas para que nadie se enterara, aunque la realidad fuera otra. Y claro, el paso de los años nos muestra que ni una forma de vida ni otra es garantía de una edad adulta ejemplar.
La sociedad en general juzga, señala y castiga duramente, pero en verdad nadie conoce mi hisotria como yo misma, de la misma manera que yo no conozco la de los demás. Entonces, ¿por qué la sociedad decide si está bien o no lo que hacemos o dejamos de hacer? Al final del día, llegada cierta edad incluso nuestros padres deberían volverse espectadores y consejeros solamente.
Pero, ¿qué observo a la distancia y con el paso del tiempo lejos de mi país al respecto?
Bueno, pues veo que hay en temas en los que la sociedad va avanzando poco a poco, que en otros estamos más adelantados, pero que estamos a años luz de otros países en algunos otros temas y lo iré tratando poco a poco, pues no siempre la problemática es gubernamental sino de sociedad.
Uno de los temas de mayor polémica por estos lares es que España quiere prohibir el aborto. Francia, obviamente, está preocupada, pues aquí es permitido desde los años setenta de manera tanto voluntaria como por necesidad médica y desaprobar la práctica abortiva devengaría en gastos médicos no recuperables para la Seguridad Social francesa. Aquí el acceso a servicios de salud es un derecho universal. Pero más allá de ello, la gente aquí ve un retraso en la evolución social, pues es quitarle un derecho a la mujer sobre las decisiones que toma para sí y su cuerpo. En México recuerdo que no hace mucho lo aprobaron en el Distrito Federal y se permite hasta antes de las 12 semanas de gestación. Mi opinión la baso en el libre albedrío. Que cada mujer actúe como mejor le parezca mientras lo haga de manera saludable y con responsabilidad total de sus actos a sabiendas de que la vida en el futuro jamás podrá ser igual.
Recuerdo bien que mi primer sueldo por trabajar unas cuantas horas al día fue de algo así como $900 pesos mexicanos al mes y claro, a partir de ahí fue subiendo poco a poco conforme las horas y las responsabilidades fueron creciendo. Claro está que con tales riquezas a las que si les aplico el tipo de cambio actual son poco más de 50€ era imposible vivir sola, aunque por otro lado me parece que mis papás hubieran enloquecido si yo hubiere hecho tal proposición. Me da gusto que ahora ya no cause tanto revuelo que los jóvenes quieran comenzar a independizarse y vivir su soltería de la misma manera que se hace desde hace ya algunas generaciones en otras latitudes. Pero ¿qué pasa cuando alguien quiere vivir en unión libre? Mmm, creo que ahí la cosa aún se vuelve todavía un poco problemática, sobre todo cuando la pareja es considerada muy joven, y aunque cada día más la sociedad y los padres sobre todo lo aceptan mejor, aún hay camino por recorrer. A mis treinta y varios y tras un divorcio en la maleta, hubo quien me dijo que debía yo casarme antes que vivir en unión libre. Y si a eso le agregamos que para la Iglesia Católica estoy incluso excomulgada por haberme divorciado, ya mejor ni le añadimos con ironía la vida en pecado, digo perdón, en unión libre.
Para concluir, debo decir que conozco a muchas mujeres cuyo común denominador es que somos de origen mexicano. Algunas hemos hecho la maleta para partir a otras latitudes, unas nos casamos jóvenes, otras se fueron a estudiar una maestría y encontraron el amor o un trabajo en tierras lejanas. Estamos las que nos divorciamos, las que siguen felizmente casadas desde hace ya veinte años, las que se embarazaron jóvenes y decidieron ser madres, las que decidieron no serlo y aún trabajan en su sentimiento de culpa, sin embargo, todas tenemos grandes cualidades, somos seres humanos de bien, que hemos trabajado para salir adelante de una u otra forma. Entonces, ¿por qué juzgarnos entre sí? ¿por qué el Vaticano no ha evolucionado? Por ahí he escuchado a algunas ovejas que creen en el pastor argentino que guía al rebaño. Yo quiero ver a la Iglesia Católica evolucionar, sólo así podría renovar mi fe en ella como institución. En lo que respecta a la sociedad… supongo que más vale paso que dure y no trote que canse.