Claro está que las televisoras de cada país siguen los eventos en los que tiene mayor posibilidad de ganar medallas por un lado, por otro, los que mayor cantidad de seguidores tienen y por último, pero seguramente no menos importante, los que darán más ratings a sus empresas.
Tomando como punto de partida la premisa anterior, es evidente que los deportes que transmiten en tierras aztecas las televisoras es muy distinta a la oferta que transmite France Télévisions, pues sí, aquí solamente uno puede ver la Olimpiada por la cadena estatal. Así, que entre las transmisiones por televisión, las redes sociales y la odisea que fue encontrar la liga útil para ver las transmisiones vía Internet, logré seguir la XXX Olimpiada de la Era Moderna celebrada en Londres, sintiéndome una vez más extraña y con un vaivén de emociones a cada momento que encontraba o no a mis compatriotas compitiendo por alguna presea.
Una vez que entendí el tema de los derechos de transmisión y por qué sólo podría utilizar como fuente deportiva la página de Internet de France Télévisions y que dejé de extrañar las transmisiones a las que he estado acostumbrada toda mi vida proporcionadas por Grupo Televisa -porque justo en estas ocasiones yo sí extraño la televisión mexicana, señores, lo siento- me dispuse a seguir mis competencias predilectas: Gimnasia rítmica y artística, clavados individuales y sincronizados, natación, nado sincronizado y cualquier otra disciplina en la que yo creía la delegación mexicana podía tener posibilidades de medalla.
Honestamente, desde antes de que comenzaran, la emoción ya se sentía a flor de piel. Inclusive nos aventuramos a buscar boletos para algunos eventos, pero desafortunadamente no tuvimos éxito, así que decidimos disfrutar de las transmisiones a las que tendríamos acceso y claro, las redes sociales jugaron su importantísimo rol para compartir angustias, emociones y hasta encontrar antiguas amistades con las que compartí tantas experiencias deportivas en mi infancia.
Tristeza me dio, y mucha, de ver pasar oportunidades de medalla para mi país y que éstas no cayeran. Al mismo tiempo, comencé a emocionarme con deportistas que nunca en mi vida había visto y a quienes no conocía, pero que a través de las emociones y los testimonios que escuchaba yo en la televisión local me permitieron acercarme a ellos y apoyarlos.
Luego vinieron las transmisiones de tantas y tantas disciplinas que habían pasado desapercibidas por mis previas experiencias olímpicas. No sé, no estoy segura si es porque en mi tierra nadie las practica, si no se les apoya por falta de fondos o de una federación, o si simplemente no se transmiten, o si he sido yo quien las ha ignorado todos estos años. Y ese fue el caso del handball y el hockey sobre pasto, específicamente. Mi opinión e interés -o más bien falta de interés- no cambiaron, sin embargo, sí me volví consciente de que se practican en muchos otros países y que hay a gente que sí les causa emoción.
Al final de los 16 días de gloria, la delegación mexicana me dejó sabores agridulces en el paladar, pues me da gusto que la escuela de clavados iniciada por Joaquín Capilla siga siendo una potencia mundial, pero me enoja que los competidores estén faltos de concentración y no cumplan las metas que se han puesto cuando saben podrían haberse cumplido, y no lo digo así nada más al aire, sino con conocimiento de causa y como alguien que dedicó muchas horas de su pre-adolescencia y adolescencia a la repetición casi en automático de saltos a diferentes alturas, hasta la plataforma de 10 metros, y no por ser mi especialidad, sino por haber sido en alguna ocasión la cotorra del entrenamiento. En fin. También me enorgullece mucho que haya disciplinas en las que mi país gane plazas en las finales, como en la gimnasia artística varonil, en la que nunca, ni en mi sueño más guajiro, hubiera imaginado que un connacional llegaría a una final olímpica por aparatos. Para mi fortuna, he vivido para verlo, y espero que en el futuro pueda ver a algún gimnasta mexicano en un podio olímpico. Por otra parte, me entristece terriblemente que alguien que se ha preparado durante prácticamente toda su vida tenga que abandonar su sueño a causa de alguna lesión, y sí, pasa, hasta en los atletas de alto rendimiento. Pero definitivamente lo que salvó la participación mexicana en los Juegos Olímpicos de este verano fue el partido de fútbol, qué digo partido, el partidazo en Wembley que dio el equipo tricolor frente a los brasileños. Pero lo mejor, fue vernos gritar, suspirar, sufrir y festejar como dos entes aislados de la sociedad en el lobby del hotel en el que estábamos hospedados comenzando nuestras vacaciones de verano; experiencia que compartiré en una o en varias de las entradas que vendrán en los próximos días.
Y bueno, hoy inician los Juegos Paralímpicos. Estaré conectada nuevamente 24/7 a la televisión y a los medios electrónicos, pero tengo toda la fe en que mis paisanos nos harán cantar esa gran pieza de Nunó y González Bocanegra que me pone la chinita la piel varias veces, pues siempre lo hacen y estoy segura que en esta ocasión no me defraudarán.
Nota: Ya sé que la imagen no es de un deporte olímpico, pero ¿acaso puede negársele a alguien el gusto de andar en uniciclo en pleno Palais Royal?