Regresar a París es como volver a casa

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Hace ya una semana que volví a mi querido París. Se ha pasado como el agua. Todo lo que tenía previsto hacer comienza a tomar forma. Regreso al aula de clases en tan sólo un par de días. Ya conocí el nuevo campus; es verdaderamente increíble, pero sí, todos tienen razón. Era más acogedor el edificio viejo en el que ya no cabía ni un ápice y el equipamiento de las cocinas pedía esquina a cada paso.

Once meses han pasado desde que estuve aquí por última vez, desde que salí de una habitación de hotel con 9 maletas, dos taxis, un par de amigas que me ayudaron hasta el último momento y los ojos llenos de lágrimas porque mi corazón se partía en dos. Hoy, todo es distinto. Ahora soy visitante, sin embargo, yo me siento como si nunca hubiera partido. No obstante, los chiquitines me recuerdan que sí me fui, que siguen creciendo, que el tiempo pasa.

El vuelo de la Ciudad de México salió bastante puntual, pues sólo unos minutos esperando el despegue no puedo catalogarlos como retraso. Todo comenzaba viento en popa. La cena en el avión, a decir verdad, no estuvo mal; hasta me la comí. La noche prometía descanso, pues la víspera a la salida había sido algo cansada. Las películas a bordo siempre resuelven distraer mi sueño, pero lo de esta vez fue más que eso, pues, el vecino parecía tener chincuales en las nalgas, así, ni más ni menos. El tipo no dio lata; lo que le sigue. Hasta un golpe durante su sueño al haber una bolsa de aire me llevé. Fui vengativa y se lo regresé; me asustó. Así pues, decidí descansar a ratos entre película y película. Al final, por fin llegamos. Era media hora más temprano de lo previsto.

Pasé la zona de control de pasaportes en ¿10 minutos? Parecía un sueño. Seguí adelante a recoger mi equipaje. Como era de esperarse, dado que la estancia será de poco más de un mes, casi me traje hasta el molcajete –amén de que vengo a clases y sí me traje la maleta de utensilios de cocina- traigo tres piezas. Pensé que tardarían horas en salir mis maletas por el carrusel, pero no. En menos de 15 minutos estaba yo ya saliendo a buscar mi taxi que me llevaría a casa de esos amigos/familia del alma que me esperaban ansiosos. Les notifiqué mi llegada por medio de un mensaje de esos instantáneos que ahora nos gusta tanto enviar. ¡Qué maravilloso estar conectado a la red inalámbrica desde la llegada!

Como llegué en sábado a medio día, el tráfico de la carretera y el periférico fueron muy benévolos… A lo mejor también ya me desacostumbré a que aquí el tráfico no es a todas horas. En cosa de media hora estaba yo de vuelta en mi antiguo barrio. Pensé que las emociones me invadirían, pero no fue así. Solamente sentí una gran felicidad.

Parece que me escucharon, pues voltee a la ventana y ya se asomaba mi amigo Stéphane. Bajó a recibirme con un gran abrazo. Al entrar al apartamento saludé calurosamente a sus padres que estaban de visita por el fin de semana. Voltee y sorpresivamente me encontré con ese chiquito que todos llaman ‘mi consentido’ y aunque siempre digo que no, a veces les empiezo a creer que sí podría serlo. Nos abrazamos, reímos y ahí sí se me salieron las lágrimas. ¡Puta madre! Están creciendo tan rápido y yo tan lejos. No importa, pestañeé y le propuse abrir las maletas pues seguro había regalos.

Se asomó su mamá y unos minutos después la más pequeñita de la familia que ya dejó de ser bebé. Planeamos el domingo en familia. Sólo me faltaba él, pero esta vez no pudo venir. Con seguridad será para la próxima, pensé.

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