Hablar de una “Grande Table” francesa es hablar de un lugar espectacular en toda la extensión de la palabra. Significa que viviremos una experiencia única e irrepetible pues, aunque regresemos, existe una enorme posibilidad de que por lo menos el menú haya cambiado.
Cuando logré entender que estos restaurantes iban más allá de ofrecer lujosas cenas llenas de manjares provenientes de los más exclusivos rincones del mundo, supe que era un sitio como éste era justo donde deseaba hacer mis prácticas como aprendiz de cocinero. Quería experimentar de primera mano si las sonrisas, calma y cortesías que abundan en la sala reinan de igual manera a la hora del servicio. Dicho de otro modo, quería conocer lo que pasaba “detrás de la cortina”.
Muchas veces me repitieron que si quería aprender lo más posible era mejor ir a un restaurante pequeño en donde verdaderamente necesitaran de mi mano de obra; sin embargo, no desistí. Entre mi lista de deseos se encontraban lugares míticos de la capital gala; algunos inclusive de más de 100 años de historia. Mi argumento fue que me interesaba descubrir una cocina excepcional en la que se preparan platillos que quitan el aliento y hacen al comensal soñar con los ojos abiertos.
No sé si convencí a la coordinadora o de plano se dio por vencida pero al final me hizo propuestas. Me tocó hacer un poco de investigación y seleccioné una maison d’exception que se hace acreedora al título por su gran tradición, técnica y galardones… ¡no tenía idea de lo que me esperaba!
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