¿Es muy difícil hacer mi propio pan casero?

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El pan, como cualquier alimento, puede describir de una u otra forma cómo la gente se relaciona con él según su cultura. Por ejemplo, en México, la mayoría de las personas comerán una tortilla. Si miramos al norte, será probablemente una tortilla de harina, mientras que en el sur y el centro será una tortilla de maíz blanco, aunque también puede ser azul, y últimamente han hecho algunas versiones con chipotle o poblano, e incluso con una mezcla de maíz con nopal, siendo esta última versión más popular entre las mujeres por su menor contenido de calorías. Ahora bien, en Francia, como en la mayoría de los países europeos, el pan es lo que acompaña a las comidas. En su mayoría es blanco, pero también integral y hasta orgánico en las panaderías más elegantes de la Ville Lumière.

A nuestra llegada aquí no disfrutábamos por completo la textura de lo que se conoce como Baguette Tradition. Poco a poco no sólo nos acostumbramos a ella, sino que aprendimos a disfrutar de su sabor y texturas. Ah y también encontramos dónde se vende el buen pan. Ahora bien, una de las razones por las que escogí vivir esta aventura culinaria es mi intención de encontrar el secreto para hornear pan francés. No obstante y desafortunadamente, esta clase no la tendré por algún tiempo. Llegaré a ella, solo que no por ahora. Sin embargo, dado este sentimiento de ‘urgencia’, si me permiten usar el término, lo compartíamos una amiga y compañera de clase y yo, así que decidimos pedir a un tercer compañero y amigo, quien ya recorrió el camino de la pastelería, que nos hiciera favor de enseñar cómo trabajar la masa.

Gustoso estuvo de acuerdo en enseñarnos. Lo único que necesitábamos era conseguir la receta para evitar errores en el pesaje de los ingredientes, dado que el pan necesita una cantidad específica de levadura, especialmente de levadura. La conseguimos. Ahora sólo quedaba mezclar, golpear y secar.

¡Dios mío! Era como un pedacito de cielo. Preparamos una cantidad enfermiza de pan; algunas eran baguettes. Otras piezas eran barras de pan blanco. Untamos mantequilla y comimos el pan tan pronto salió del horno. Era como un festín de pan. Incluso debo decir que nos forzamos a dejar de comerlo. A una piezas les espolvoreamos zaathar, a otras hojuelas de avena y otras las dejamos al natural, pero todas las piezas estaban igual de sabrosas.

En verdad que ahora mi relación con el pan cambió. Como con toda la cocina, pues. Y bueno, aunque aún no me sale una brioche perfecta, seguiré trabajando hasta lograrlo -preferentemente antes de asistir a la clase correspondiente. Es cuestión de honor, creo.

Ahora sé que cuando deje Francia, otro pedacito del Hexágono habitará en nuestro hogar gracias a su pan, a su pan casero. ¿Gustan?

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