Dejando el automóvil para moverse en transporte público en París

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En el departamento ubicado en la planta baja del edificio marcado con el número 27 de la calle de Toluca en la colonia Roma a finales de la década de los 70 y principios de los 80 solía yo pasar los sábados con mi abuelita. Unos le llamaban Catoy, otros Jefa… para mí, era la Abuela Cata. Ella, como tantos capitalinos mexicanos andaba por la ciudad en transporte público. Yo, por suerte, en automóvil. Esos sábados eran maravillosos; únicos. Pasaba horas jugando con mi Viejita y aunque me quejaba sin cesar de que ella no tenía auto para ir al mercado o al parque, en realidad no era necesario; todo estaba muy cerca, aún para mi corta edad. La verdad es que ella intentó semana tras semana que yo me acostumbrara a andar por las aceras de la Roma, pero fui muy mala aprendiz. Nunca lo logré. Todo lo contrario. A los 15 años ya andaba yo acabándome las calles del poniente de la ciudad y a los 16 me las arreglé para destrozar el coche de mi mamá cuando se me atravesó un poste en el camino, y no mis queridos lectores, no iba borracha, sólo fue una gran irresponsabilidad de mi parte a esa corta edad.

Me volví una maravillosa conductora en ciudad y en carretera. Crucé la frontera y también conduje del otro lado del Río Bravo. Bailé y canté hasta que uno de esos amigos que agradeces a la vida haberte traído y asiduo lector de este blog me dijo una vez que ‘esperaba ser tan feliz al volante como yo algún día’. Pero mis kilómetros servirían de poco una vez atravesado el Atlántico, pues entre las muchas cosas que he venido a aprender aquí ha sido a dejar el automóvil y moverme a pie, en metro, en RER -tren suburbano-, en bicicleta y en autobús.

Los médicos recomiendan caminar media hora diaria a manera de ejercicio. Aquí no es ejercicio, simplemente es parte de la vida. Para hacer ejercicio uno va a correr al parque, a las canchas de basquet o al gimnasio a practicar algún deporte en particular. Durante mis primeros días como parisina recuerdo que los pies se inflamaban como tamales y me dolían músculos que mi consciencia nunca imaginó existían, músculos más extraños que los abductores, pero con el paso de las semanas y más adelante de los meses ya puedo caminar hasta las seis u ocho horas que requiere una visita al Ikea.

Bueno, pero si ando en bicicleta haré un mejor uso de mi energía ¿no? Y así, me volví abonadadel servicio de bicicletas compartidas de la ciudad de París: Velib’. 30 ó 45 minutos de uso libre de la bici y estaciones por toda la ciudad sonaba muy razonable, e inclusive divertido… hasta que me subí a la triste bici. Tenía tanto tiempo que no andaba en una, que en mi primer intento casi muero en el arroyo vehicular. Está bien, no tanto, eso es una exageración, pero sí estuve a punto de caerme un par de veces; parecía una niña que apenas estaba aprendiendo. Las siguientes ocasiones el mayor riesgo fue perderme por las calles de esta Ciudad Luz. Ahora, sigo perdiéndome, pues si no es un camino que ya domine no me conozco ni los sentidos de las calles ni sé dónde están todas las estaciones en las que puedo dejar mi Velib’. De todos modos, es divertido.

Una vez que las distancias a recorrer fueron superiores a mi energía disponible a pié y en bicicleta, me dispuse a andar en metro y RER según fuera conveniente para el recorrido. A veces sola, otras acompañada, afortunadamente casi nunca en hora pico, por lo que la experiencia de ir en un vagón como sardina enlatada no ha sido muy común, no obstante, había que aprender por qué diantres el sitio web de la RATP (la red de transporte público parisina) siempre sugería tomar la estación Jasmin, o cómo llegaba a la estación Mirabeau que sólo corre en un sentido, y que para mi “buena” suerte eran las más cercanas a casa -y que no lograba ubicar. ¡Maldita sea! También me metí en los andenes incorrectos y acabé en direcciones contrarias a la mía, pero poco a poco y gracias a mi abono mensual del Navigo Pass y mi mapa (preferentemente de Google), poco a poco aprendí a llegar a prácticamente cualquier sitio. Sí, aún meto la pata de vez en cuando, voy distraída leyendo y se me pasa mi estación, pero ahora sólo me río y compongo la tarugada, inclusive en el RER.

Luego están los autobuses, que si bien podrían ser muy populares, en esta ciudad no lo son tanto, al menos para mí, pues me toma más tiempo que el metro y uno a veces siente que no caben por las calles. Afortunadamente es muy común que uno tenga acceso al tiempo de espera para tomarlos y generalmente se camina menos para llegar al destino deseado que si toma el metro, pero sí, el tiempo invertido para transportarse de un lugar a otro es puede llegar a ser superior, y no, todavía no conozco muchas de las rutas, sólo las que pasan a un costado de casa.

¿Y los taxis? Pues lo uso aún menos. Me parece demasiado alto el costo-beneficio, a menos que sea sábado a las 2:00 de la mañana y ande de fiesta, es cuando me parecen rentables o cuando de plano son la única opción que hay para llegar a tiempo a donde sea necesario.

Sí, lo sé, aún me falta utilizar el Tram y viajar en TGV -tren de alta velocidad- entre ciudades, entretanto, ya aprendí a caminar, ando en bici cuando el clima y la ruta lo permiten y cada día me siento más versada en el sistema ferroviario de la ciudad.

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