De cuando el horno me jugó una mala broma el día menos indicado

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Tras el entrenamiento del Reto de los 10 platos al que dediqué mi entrada anterior, yo estaba completamente segura que no importaba qué me tocara preparar el día de mi examen, yo estaría tranquila. Sabía los pasos, el tiempo y hasta cómo quería presentar mis preparaciones. Incluso sabía cuál receta era mi preferida y cuál pensaba yo era mejor para alguien más.

Así pues, llegué aproximadamente unos 45 minutos antes de la hora que indicaba mi entrada a la cocina. De inmediato me puse de uniforme de cocina; filipina, mandil, pantalón y gorro. Platiqué con algunos compañeros según éstos llegaban al Jardín de Invierno. Unos iban terminando y se les veía el cansancio iluminado por la sonrisa de alivio que indica que hizo uno su mejor esfuerzo y que ya terminó la odisea culinaria del día. Otros, al igual que yo, esperábamos turno de entrada llenos de incertidumbre sobre cuál platillo nos tocaría preparar para el jurado. Aquí entre nos, yo quería que me tocara el Pastel de Gallina de Guinea, pues aunque había que comenzar con mucha rapidez, al final solamente había que esperar que ésta se cociera adecuadamente en el horno, y que el centro del pastel de carne llegara a la temperatura adecuada para estar segura que nada estaría crudo.

Aún me quedaban unos 15 minutos antes de la hora indicada para mi entrada a la cocina, pero decidí, junto con mi compañero de origen polaco presentarnos en la puerta ante el Chef y ver si éste nos daba entrada y nos permitía irnos instalando en las estaciones de trabajo. Primero entré yo, seleccioné mi receta al azar y me entregaron mi canasta de víveres. Decidí comenzar por el plato técnico que todos debíamos preparar; una salsa bernesa. Creo que la podía hacer con los ojos cerrados. Tardé unos cuántos minutos para entregarla para que fuera degustada y parecía ser del agrado del Chef. Con una sonrisa y motivada por haber recibido buena retroalimentación puse manos a la obra a mi platillo y aunque no me había tocado la receta anhelada, tampoco estaba a disgusto. Debía preparar una Gallina de Guinea en salsa de Calvados -licor de manzana. Hice mis preparaciones previas, limpié mi ave y piqué las verduras, manzanas, todo… El tiempo era oro y había que aprovecharlo al máximo.

Metí el animalito en cuestión al horno todo embadurnado de mantequilla como indicaba la receta. 10 minutos más tarde lo volteé de un costado y a los 20 minutos repetí la operación. Supuestamente con media hora bastaría para que estuviera listo y que sería entonces cuando podría yo aspirar a reducir mi salsa, la cual debería quedar cremosita y llena de sabor. El Chef me indicó que me quedaban 35 minutos antes de tener que enviar mi plato a los jueces para que éstos lo degustaran. Debo confesar que fue tal mi sorpresa que se lo hice saber. Él me aconsejó entonces tomarme mi tiempo para comenzar a limpiar mi estación de trabajo. Pero bien dicen por ahí que Uno dice, Dios dispone y llega el diablo y todo lo descompone. Pasaron los 30 minutos de cocción y la bendita bestiecilla seguía cruda. Dejé otros 10 minutos subiendo la temperatura, pero previne al Chef. Decidimos cambiar de horno y subirle la temperatura aún más. El Chef previno al jurado. Esa gallina estaba muy rejega. El tiempo se agotó y el chingado pájaro seguía crudo. Me preguntaron cuánto tiempo. Pedí 10 minutos.

Finalmente estuvo lista, pero mi salsa no redujo como era debido. El estrés hace que uno comience a tomar malas decisiones y estuve a punto de cortarla. ¡MIEEEERDA!

Hice mi emplatado como pude. Una asistente me ayudó a hacer que el platón que debía ser digno de un buen servicio a la francesa se viera tan solo decente. Nada espectacular como había yo previsto, ni modo. Despiecé el ave tratando de no quemarme demasiado en el proceso. Gracias a Dios que me había entrenado, solo por eso sabía prácticamente de memoria lo que había que hacer.

El plato salió.

Para mi gusto la cocción estaba en el límite y que hubiera agradecido un par de minutos más, pero no contaba yo con ellos. Las piernas me temblaban. Comencé a recoger mis triques sin pena ni gloria, solo esperando que el teléfono no sonara las próximas 24 horas diciéndome que había reprobado porque el horno no funcionaba como era debido impidiéndome preparar mi mejor versión del platillo.

El Chef, al final, me dijo que tenía dos noticias para mí. Una buena y una mala. Yo le contesté que la mala era que mi salsa “apestaba”, él asintió, pero me reconfortó reiterándome que mi cocción había estado perfecta, al punto. Sonreí y hasta le abracé. Sí sí, es una total falta de respeto, pero fue como si la media tonelada de pena y tristeza que me atormentaba en ese momento me la hubieran quitado de encima.

Claro está que no hay evidencia fotográfica de la experiencia… antes doy gracias que hubo qué enviar al jurado y que éstos no me penalizaron demasiado.

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