Celebrando las fiestas patrias mexicanas en París

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 Tenía algo así como nueve años cuando viví mi primera noche mexicana en toda la extensión de la palabra. No era en un salón de fiestas ni en casa de algún familiar, sino en un pequeño Palacio Municipal. Para mí era igual de importante que si hubiera tenido oportunidad de estar en el mismísimo Palacio Nacional. Había una una plaza llena de gente esperando que el Presidente Municipal saliera a dar el grito y ondear la bandera tricolor con el águila parada sobre un nopal y devorando a una serpiente. La música de la verbena popular invadía de norte a sur y de este a oeste la plaza central. Todos cantamos al unísono el himno nacional e hicimos los correspondientes honores a la bandera justo antes del inigualable grito de ¡Viva México!

En otra ocasión, tal vez un par de años después me llevaron a ver el desfile militar de la ciudad de México, del que mi recuerdo más importante del evento es, además de su larga duración y mi hambre matutina, el sonido de la marcha de militares y corceles al pasar frente a nosotros perfectamente alineados. Me parece que todavía puedo escuchar el sonido en mi mente sin mucho esfuerzo.

Obviamente con el paso del tiempo mi forma de celebrar cambió. Cuando adolescente prefería ir con amigos a las fiestas de tipo “Noche Mexicana” en las que era la fecha solamente un pretexto para reunirnos a hacer una pachanga que podía terminar tarde gracias al día feriado del día siguiente. Luego viví la vigilia de las fiestas gracias a mi incorporación al mundo laboral. Pero poco a poco fueron encontrando su espacio de nuevo en la vida. No obstante, aunque parecía ya haber encontrado la justa media, en ese 2011 que nos instalamos por nuestro ahora amado París, creo que fue justo cuando ya estaba toda la ciudad decorada con motivos patrios y que nosotros estábamos por tomar el vuelo que nos traería a nuestra nueva ciudad, cuando me pregunté qué sería de las  fiestas patrias sin los chiles en nogada, unos buñuelos y obviamente, la música del mariachi.

Recordé que hacía varios años ya había yo celebrado el 15 de septiembre fuera de mi país, y coincidentemente había sido en Francia, en otra ciudad y entre puros estudiantes, lo cual cambiaba totalmente el entorno, pero, igualmente me hacía pensar que con toda seguridad podríamos hacer algo, pero nunca imaginé lo que ahora ya se ha vuelto un evento que no quiero realmente perderme.

En aquel momento pensamos haber tenido suerte, pues fue gracias a la atención de un conocido que pudimos asistir. Con el tiempo, eso ha cambiado y nos sentimos mejor acogidos. Ojo, no quiero que se malinterprete, sino que nosotros nos sentimos más cómodos, pues por lo menos un par de caras nos son familiares ahora que han pasado algunos años. No deja de enamorarme la escalera, el vestíbulo de recepción y por supuesto, el momento en el que tenemos oportunidad de estrechar la mano a Su Excelencia. Al llegar, es como entrar en un viaje único, no solamente por el tiempo, sino también por el lugar, pues me siento en un cuento de hadas. Cuando escucho al mariachi que viene desde lejanas tierras tapatías se me pone la piel de gallina y hasta canto bajito, pero por supuesto que cuando se quiebra la voz es cuando cantamos el Himno Nacional y al gritar “Viva” una y otra vez mientras veo ondear frente a mí la bandera.

A lo mejor no lo he dicho antes, pero siempre había anhelado poder vivir una experiencia como ésta. Nunca la imaginé así, magnífica. Aún no sé cuánto tiempo más durará este sueño, entretanto, suspiro porque me faltan matracas y estudiantinas, buñuelos y pozole, pero sonrío ese momentito en el que salgo a la ventana que da a la Avenida del Presidente Wilson y miro la Torre Eiffel iluminada y a mi lado el águila azteca de la bandera tricolor.

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